DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

En los tiempos de modernidad cibernética en los que vivimos, resulta un tanto impensable intentar hacer frente a la vida sin algunas herramientas electrónicas. Es por ello, que me atrevo a decir que carecer de un teléfono celular, o mejor dicho, de un teléfono celular inteligente es inconcebible. Es por esto que el extravío de mi celular será recordado por mí como mi tragedia griega personal del 2016.

No es que nunca antes haya perdido un teléfono. Quien me conoce sabe que no soy la persona más atenta o precavida del mundo. Soy torpe, me distraigo con facilidad, vivo en la duda de haber perdido mi celular o mi cartera cada quince minutos, hasta que rebusco los bolsillos de mi atuendo y dentro los cierres de mi bolsa además de todos los rincones de la casa para que al final me vuelva el alma al cuerpo al darme cuenta de que simplemente había olvidado el último lugar en que había dejado el preciado objeto.

Aún recuerdo esa primera ocasión en la que extravié mi celular. Corría el año 2008 y al momento de abordar la unidad de transporte público que me llevaría a mi oficina, coloqué el pequeño aparato en la parte trasera de mi pantalón, por lo que no me percaté que al tomar asiento en el autobús, mi caprichoso dispositivo móvil abandonaría mi bolsillo de manera inadvertida. Como el protocolo indicaba, llamé al teléfono y acto seguido alguien lo apagó.

Después de lamentar la pérdida del equipo, pero sobre todo la de los contactos y más aún la de aquellos mensajes de texto a los que me aferraba de manera sentimentaloide, finalmente cancelé la línea, compré un nuevo –y por supuesto más sofisticado- teléfono y seguí adelante con mi vida.

Sin embargo, en esta ocasión, quedarme sin el aparatejo ha sido no sólo una pérdida sino también un pequeño calvario sin fin. Tarde me di cuenta de que el equipo podía bloquearse y rastrearse desde mi cuenta de Google –lo que por supuesto, ya hice-. Y aunque mis contactos quedarán respaldados en algún sitio -cruzo los dedos porque así sea- o al menos los más importantes no serán tan difíciles de recuperar, me siento en extremo incomunicada pues tengo una retentiva numérica tan inútil que basta con decirles que ni siquiera me sé de memoria los números de casa.

Así pues, además de encontrarme excluida de la comunicación vía telefónica, el extravío de mi celular generó un atraso en temas laborales y un maremoto de cambios de contraseñas. En su momento, tener la aplicación de Netflix en ese equipo de pantalla amplia resultaba una comodidad. Y el Spotify por si se ofrece ambientar un momento con música.Ello sin contar claro que la aplicación de mi banco me facilitaba la vida o que estaba acostumbrada –sin darme cuenta hasta ahora- al acceso casi inmediato a mis cuentas de correo o mis redes sociales –Facebook, Twitter, LinkedIn-. Además de que Uber y Cabify eran ya un sine qua non de la movilidad –y comodidad- de mis días.

Pero lo peor es haber perdido mi agenda –vivir con la incertidumbre de no saber en qué momento se encuentra mi ciclo menstrual-, la ansiedad de no poder atender llamadas de trabajo o mensajes electrónicos de la manera adecuada, no poder calcular tiempos y encontrar rutas en Google Maps, no tener siempre a la mano el mapa del Metro y el Metrobús, ni la facilidad de recurrir a las notas de información importante que guardaba para volver a ellas en el momento oportuno o el contacto adecuado con aquellos amigos siempre dispuestos a tomarse un merecido trago contigo.

Ya ni les digo de mis fotos y documentos que no subí a la nube y que ahora mismo estoy extrañando. Esto ha sido una tragedia sin contar lo que me falta por recorrer en la compañía de teléfonos, encontrar un nuevo equipo, hacer los trámites correspondientes para recuperar mi línea y tratar de seguir adelante con lo que me queda de vida.

A ti, querido lector, que eres un poco despistado, otro tanto confiado –por dejar guardadas todas tus contraseñas en tu celular y no bloquearlo desde el principio- y hasta poco cibernético –pero dependiente de la tecnología en estos tiempos de modernidad- a ti te digo: comparto tu sufrimiento.

Porque las pérdidas materiales se reponen de una u otra manera, peeeeeero ¿quién nos devolverá esos bytes de nuestra vida?, ¿quién?