DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Cada vez es mucho más común encontrarme con personas que están tatuadas. Sus tatuajes van desde imágenes discretas y muy personales hasta aquellos que se extienden en su cuerpo como lienzo sin apenas dejar un poco de piel libre. ¿No te gustan los tatuajes? Me preguntan constantemente cuando veo alguno y no lo comento.

Y es que personalmente no comparto la necesidad de marcarse el cuerpo con algo tan permanente, si todos los días me cuesta trabajo elegir qué ropa ponerme antes de salir a la calle, no puedo imaginar comprometerme a un tatuaje, una imagen, un símbolo, una palabra, que tendría que llevar sobre la piel por el resto de mi vida.

Además de ello, confieso que las agujas me dan un nerviosismo exasperante. Cada que el doctor dice: te receto las inyecciones porque el efecto es más rápido, yo le informo que no hay demasiada prisa en curarme la enfermedad en turno y que soy mucho más partidaria de los jarabes, pastillas y de básicamente cualquier otra cosa que no tenga que ver con jeringas. Es quizás esta la razón por la que los tatuajes me parecen una exposición innecesaria a las agujas  y un dolor físico altamente prescindible.

¿Han pensado que los tatuajes son cool y modernos? Entonces permítanme informarles que este arte es practicado hace ya unos doce mil años y que los primeros restos de tatuajes registrados son de hace cinco mil.

La palabra “tatuaje” proviene del samoano tátau que significa marcar o golpear dos veces y según Charles Darwin “no se puede nombrar ni un solo gran país, desde las regiones polares del norte hasta Nueva Zelanda en el sur, en el que los aborígenes no se hicieran tatuajes”.

Efectivamente, la práctica del tatuaje no se remonta a un solo origen, sino que fue practicado por diferentes tribus y culturas, en distintas regiones y por motivos particulares. Los polinesios o maoríes se tatuaban con fines ceremoniales, religiosos y hasta bélicos. En Egipto en cambio, eran las mujeres quienes recurrían a los tatuajes buscando la protección de sus deidades. Los indios americanos, por su parte, tatuaban a sus adolescentes cuando pasaban de la pubertad a la adultez –el tatuaje representaba dicha transición-.

En Japón los tatuajes se usaron en primera instancia para marcar los brazos de los delincuentes y tiempo después se le concedió al tatuaje un uso ornamental que llegó a ser practicado por los emperadores. Tanto la cultura celta y como la germánica utilizaban los tatuajes con motivos de guerra mientras que entre los aztecas se tatuaba sobre todo a los niños para rendirle tributo a dioses como Quauhtli.

Durante la Edad Media los tatuajes fueron prohibidos entre los católicos pues se les consideraba una mutilación del cuerpo. Paradójicamente, los tatuajes adquirieron otro sentido al ser usados por los caballeros templarios. Éstos se tatuaban cruces en las manos o brazos para manifestar su deseo de una sepultura cristiana en caso de morir en batalla.

Fue entre los marineros que visitaron tierras como Gabón y Nueva Guinea que los tatuajes llegaron a Occidente. Su uso en Estados Unidos se incrementó durante los años de la Guerra Civil pero tuvo su esplendor en la década de los setentas, pues la práctica fue adoptada por el movimiento hippie y se volvió un símbolo de la libertad de expresión.

El tatuaje como lo conocemos hoy es posible gracias a la máquina tatuadora, inventada por Samuel O’Reilly en 1891, lo que popularizó a los tatuajes, aunque no siempre desde un uso positivo. En la Segunda Guerra Mundial se tatuaba a los judíos con números, primero para identificarlos mientras que eran también humillados por esta acción ya que su cultura prohibía las marcas en el cuerpo. Durante esa misma época, los soldados americanos que combatían en batalla usaban los tatuajes para grabarse el nombre de la persona amada o un símbolo patrio para inspirarse en su lucha.

Este arte milenario va siendo adoptando cada vez por más personas que deciden llevar una marca significativa en su cuerpo. Desde cuestiones minimalistas hasta elaborados diseños, ya sea uno sólo o diferentes símbolos e imágenes a lo largo y ancho del cuerpo.

Por mi parte, seguiré admirando el arte en otros, preguntando por los significados y las motivaciones. Porque carezco del valor para enfrentar la aguja y de la capacidad de comprometerme con la tinta.