DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Una de las cosas que más evito en mi vida son las aglomeraciones. Los conciertos en los que no hay lugares asignados, las ferias, los tianguis, el metro en las horas pico. Los lugares muy concurridos me parecen caóticos y estresantes. Un mal necesario en algunas ocasiones y otras totalmente eludible. Sin embargo, hay un sitio donde, por el gusto de estar, soportaría que violentaran mi espacio vital una y otra vez: el Carnaval de Brasil.

Cada año entre febrero y marzo fantaseo con la posibilidad de viajar a Salvador de Bahía, Brasil y ser una más de los dos millones y medio de asistentes. Imagino llevar un disfraz, la anticipación de la espera por el inicio del festival, la humedad del ambiente de costa, la música rememorando los ancestros africanos con sus tambores y colándoseme en el cuerpo hasta controlarlo con su ritmo, vibrar con cada trío electrónico a lo largo y ancho de la calle de Barra o de la de Campo Grande y no ser un simple espectador sino una parte activa y necesaria de la fiesta.

Fantaseo con la posibilidad de inundarme en el folclore de las cinco de la tarde a las cinco de la mañana mientras calmo mi sed caipirinha tras caipirinha en la barraca más cercana. Quizás, para mayor comodidad o experimentar cerca de un trío en la abada y tal vez, animarme alguna de las noches a perderme entre la muchedumbre de la pipoca –que significa palomitas de maíz debido a que la gente lo pasa saltando-.

Una de las cosas que más me impresiona del Carnaval es la dedicación con la que los brasileños se preparan: 359 días de planificación se ven reflejados en los seis días de Carnaval –a diferencia del del Río de Janeiro que sólo dura tres días-, y después de la fiesta, queda empezar de nuevo, soñar y prever la próxima celebración.

Los organizadores de este, considerado el mayor espectáculo del mundo a cielo abierto, han sabido mantener al mundo informado sobre sus festejos. ¿Quién de nosotros no ha visto un video o una fotografía de la idílica belleza del Carnaval? Mujeres sensuales, hombres descamisados y bailes perfectamente realizados son sin duda característicos de esta celebración y funcionan también como seductoras invitaciones que son lanzadas al resto del globo, para atraernos.

El reto es grande: documentar seis días de festividad para mostrar al mundo la capacidad que tienen los brasileños para la fiesta, su creatividad, su alegría, su perfeccionismo deben estar impresos en cada una de las imágenes y clips de video que emergen como testigos del Carnaval. Ello implica una coordinación simultánea y sin errores entre los 450 miembros del staff del Camarote Planeta y los 380 miembros que operan desde el Camarote Salvador.

He seguido varias ediciones del Carnaval y me he dado cuenta de que un gran acierto de la edición de este año fue sin duda el cambio de proveedor de WiFi. A través de la red de Cambium Networks la pasada edición de esta grandiosa fiesta pudo ser disfrutada por los fans que como yo, nos quedamos en casa, soñando de nuevo, algún día poder estar ahí.

Cada video compartido en vivo a través de la red y cada fotografía de redes sociales me hizo posible seguir paso a paso el Carnaval, sin la necesidad sufrir entre el tumulto de personas y de tener que estar de pie largas horas, preguntándome dónde conseguir otra caipirinha para apaciguar el calor.

Quizás en próximo año sea el mío y Brasil finalmente me reciba en 2018. De ser así, sé en cuál empresa confiar, para que ustedes puedan gozar de la colorida fiesta en tiempo real, conmigo.