• Los dedicó a la Virgen María, al apóstol San Pedro y a otros santos, pero solo uno tiene como tema principal el nacimiento de Jesús.

Ciudad de México. 20 de diciembre de 2018 (Notimex).- Juana Inés Ramírez de Asbaje, monja jerónima del siglo XVII novohispano famosa como Sor Juana Inés de la Cruz, es autora de sonetos, romances, redondillas, liras y poesía, su silva “Primero sueño”, así como dos obras para teatro.

Pero la célebre escritora incursionó también en otros géneros líricos, como los tocotines y villancicos, que no se deben confundir con las tonadas populares creadas desde la Edad Media por gente del pueblo, de las villas (de ahí su nombre).

Aunque en Europa esos temas se cantaban exclusivamente en Navidad para celebrar el nacimiento de Jesucristo, durante la evangelización de los pueblos originarios en América se tomó como costumbre interpretar composiciones simples durante los maitines u oficios solemnes celebrados la víspera de las grandes fiestas religiosas.

Los hay en una gama de tonos poéticos muy variada, desde lo culto y exquisito hasta lo popular y natural. Si bien los villancicos incluían con frecuencia textos en latín, se desviaban hacia lo popular, con la idea de atraer la atención del pueblo y generar una alegría generalizada.

Al igual que otros autores barrocos, Sor Juana tuvo absoluto dominio de la poesía popular y como ejemplo de eso, están sus villancicos, en los cuales ella captó y difundió las historias de santos y temas de la Biblia, algunos con toques de comicidad y el lenguajes propios de la época de españoles, criollos, el pueblo mexicano y negros llevados al país.

Las composiciones creadas por la monja conocida como “La décima musa” son, por tanto, canciones sencillas de formato fijo y elaboradas cada una con nueve composiciones de tres nocturnos, que resultan totalmente diferentes a sus elaboradas loas y otros trabajos.

En “Los villancicos al glorioso San Pedro Nolasco”, presentado en 1677 para los maitines al fundador de la Orden de los Mercedarios, Sor Juana destaca la vida y la labor del fraile como libertador de cristianos y negros, al tiempo que reflexiona acerca de la vida de ese grupo social en su época.

Para el primer Papa de la Iglesia Católica, la poetisa escribe dos obras de ese género: los maitines al “Gloriosísimo príncipe de la Iglesia” que se cantaron en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México en 1683, así como “Los villancicos al glorioso San Pedro”, sin una fecha precisa y en el cual muestra a ese apóstol en una franca posición de guía de la justicia verdadera.

En otro, la también llamada “Fénix de México” presenta a la Virgen María como patrona de la paz y defensora del bien; también escribe villancicos para las fiestas solemnes de la Asunción de la Virgen María en 1679, 1685, 1687 y otro año sin precisar.

Además están “Los Villancicos del Nacimiento”, interpretados en la nave mayor de la basílica catedral en la ciudad de Puebla, en el marco de los Maitines de la Purísima Concepción de María celebrado el 8 de diciembre de 1689.

Ese mismo año presentó los “Villancicos del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo”; al año siguiente rindió tributo a San José, que igualmente fue cantado por vez primera en la Catedral de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción de la angelópolis, y el último es el dedicado a Santa Catarina de Alejandría, en 1691.

De acuerdo con la doctora Lourdes Aguilar Salas, destacada profesora investigadora de la Universidad Claustro de Sor Juana (UCSJ), los años de nacimiento y muerte de esa autora han sido discutidos, sin embargo se puede concluir que nació el 12 de noviembre de 1651 (muchos años se pensó en la fecha 1648) y falleció el 17 de abril del año 1695.

La historia de su familia comienza con la instalación en México de sus abuelos maternos, Pedro Ramírez de Santillana y Beatriz Rendón, al parecer originarios de Sanlúcar de Barrameda, localidad de Andalucía, en España; ellos procrearon 11 hijos, entre ellos Isabel, madre de la poetisa.

Isabel conoció, en el pueblo de San Miguel Nepantla, al capitán de origen vasco Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, con quien tuvo tres hijas de nombres María, Josefa y Juana Inés, pero él las abandona y su madre se une a otro capitán, Diego Ruiz Lozano, de quienes nacen Diego, Antonia e Inés.

La pequeña Juana Inés, explica la doctora Lourdes Aguilar Salas, creció principalmente entre las haciendas de Nepantla y Panoaya, cuidada por su abuelo materno. En ese lapso aprendió a leer y escribir, a los seis años compuso su primera obra, “Loa al Santísimo Sacramento”.

Los padres de Isabel murieron entre los años 1655 y 1657, por lo cual ella se hizo cargo por completo de ambas propiedades, y por esos años nacieron sus medios hermanos. La vida de la “Décima Musa” cambia cuando se traslada a la capital del Virreinato de la Nueva España, como entonces era llamado México.

Llegó a casa de su tía María, donde aprendió labores femeninas y gramática latina. En 1665, Juana Inés ingresó a la Corte Virreinal, donde fue dama de compañía de la virreina Leonor María Carreto, marquesa de Mancera, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo.

Pero ella se manifestó en desacuerdo con la vida en la corte y el 14 de agosto de 1667 ingresó al convento de San José, a cargo de la orden de Carmelitas Descalzas, pero la dura regla con la cual vivían allí la obligo a dejar el lugar tres meses después, el 18 de noviembre.

La profesora investigadora señala que en febrero de 1668 Juana ingresó como novicia al convento de San Jerónimo, fundado en 1585 y donde practicó la regla de San Agustín; allí profesó como monja, el 24 de febrero de 1669.

La joven monja pasó en ese lugar el resto de su vida, aproximadamente 27 años, en los que sobresalió en las letras y administración del convento, del que fue archivista y contadora durante nueve años; la enfermedad del tifus la puso en verdadero peligro hacia el año 1671 o 1672, pero sobrevivió.

Su buena relación con la Corte le permitió escribir más cada día y dedicarse al estudio de materias como Astronomía, Matemáticas, Lengua, Filosofía, Historia, Teología, Música y Pintura.

En 1676 se publicaron algunos de sus villancicos, labor que continuaría hasta 1691. Su primer libro es “Inundación Castálida de 1689”, editado en España y con el cual dio a conocer gran parte de las obras poéticas de Sor Juana, que ella vio publicado y que la consagró como una sobresaliente poeta.

Escribió a la vida, al amor y a los requiebros de los desamores. Según la misma fuente, creó sonetos, romances, redondillas, décimas, endechas (poemas de pesar), liras, silvas y otros géneros líricos.

El “tocotín”, también trabajado por Juana de Asbaje, en su origen era una danza sagrada realizada por los pueblos originarios, que durante el virreinato fue transformado en un cántico en náhuatl con temática indígena que incluyeron en el teatro popular de corte religioso.

Además escribe las comedias para teatro “Los empeños de una casa”, estrenada en 1683, y “Amor es más laberinto”, esta última en colaboración con Juan de Guevara. En 1692 se publicó el segundo volumen de sus obras, y entre ese año y el siguiente, sus “Enigmas para la Casa de placer de las monjas portuguesas”.

Justamente en 1693 dejó de acudir al locutorio e inició un silencio sin retorno, luego de una disputa por su escrito “Carta atenagórica” y la “Respuesta a Sor Filotea de la Cruz”; se deshizo de su biblioteca con cuatro mil libros, al siguiente año ratificó sus votos religiosos y se limitó a sus labores en el convento. El 17 de abril de 1695 murió, a consecuencia de la enfermedad epidémica de la época, nuevamente el tifus.

La reconocida escritora fue sepultada en el sotocoro del Templo de San Jerónimo, actualmente sede de la Universidad Claustro de Sor Juana y donde, en el auditorio Del Divino Narciso, puede apreciarse su féretro.

La doctora Lourdes Aguilar Salas abundó que en 1700 se publicaron, en Madrid, sus “Obras póstumas”.