SABIDURÍA COSMO DEL LIGUE

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

En un momento de ocio encontré un artículo titulado: cómo conseguir novio en treinta días –algo mucho más práctico que los recetarios de hágalo en 20 minutos o menos-. No memoricé las estrategias/consejos/revelaciones que proponía el texto, pero las que hicieron eco en mi memoria se sintetizan así: no ir acompañada de más de dos amigas a sitios públicos, practicar conversaciones con el mesero, separarte de tus amigas una vez que se haya logrado establecer el contacto visual con algún prospecto y sonreírle. En caso de querer ser más directa, se sugería tropezar “accidentalmente” con él, envíale un trago o lánzale una nota. Y para que sea, como decía mi abuela, más seguro más´marrao, de plano organiza una fiesta o invítalo a alguna que tengas en puerta.

¡Y voilá! Seguro que cuando menos te lo esperes, te pide un par de citas y te confiesa que eres el amor de su vida y te encuentras planeando tu boda antes que el puente del primero de mayo.

Estarán de acuerdo conmigo en que lo mejor es echar mano todos y cada uno de los consejos a la brevedad posible. Por lo que llamas a un par de amigas y prometes invitarles la cena y la ronda de tragos–aunque estés justo a mitad de la quincena-.

Encuentras el bar más popular de la ciudad y mientras haces fila para entrar tu atuendo grita fuerte y claro tu estado civil. La espera en aquellos tacones de aguja se vuelve una pequeña eternidad y cuando por fin logras ingresar te asignan una pequeña e incomodísima mesa cerca del baño. Con muy poco del buen humor con que emprendiste la estrategia, te sientas y haces el esfuerzo de conversar con el mesero para calentar motores:

Hola, ¿qué tal? -dices
Les tomo su orden
Para mí una hamburguesa doble con papas fritas y un refresco de dieta para empezar… -él anota- ¿llevas mucho tiempo trabajando aquí? –te mira y en un tono de total indiferencia pregunta-
¿La carne, a qué término?
Término medio –respondes con toda amabilidad- ¿qué edad tienes? –insistes mientras él procede a tomar la orden de tus amigas y sale huyendo de la escena evadiéndote la mirada como si te lo fueras a comer a él y no a tu cena. Lo has intimidado tanto que decide no volver a tu mesa en toda la noche.

Una vez dispuesta a darle una obscena mordida a tu hamburguesa, te das cuenta que un hombre te mira –la profesía Cosmo empieza a cumplirse- por lo que le sonríes ridículamente mientras ideas cómo separarte de tus amigas. Mueves la silla hacia atrás y, sin que sepas el momento exacto en que ocurre, pierdes el equilibrio y terminas debajo de la mesa con la blusa en el cuello y la mini falda en la cintura.

Cosmo tenía razón. Ahora todos los varones del sitio –junto con el resto de las personas-han notado tu presencia.

Vuelves a tu silla con un poco de temor. El hombre te sigue mirando aunque no sepas si se ríe de ti o te sonríe. Quizás deba darle mi número telefónico, piensas. Pero la ausencia del mesero sumada a tu impaciencia te llevan a escribir tu número en una servilleta, hacerla bolita y lanzarla al tipo quien la recibe, fuertemente, en su ojo.

Peor aún, tu peligrosa creatividad no se detiene ahí.

Un trago, piensas. Un trago para romper el hielo. De nuevo, a falta de mesero y gracias al entusiasmo que te ha concedido el alcohol, te pones de pie –cerveza en mano- y te diriges a su mesa a paso seguro, pero antes de que te des cuenta tu bolita de papel (si, esa que le enviste directo al ojo), se te atora en el tacón de aguja, te hace tropezar y terminas vaciándole la cerveza encima a las piernas de su amigo –que es, además, mucho menos agraciado-.

Te disculpas –con la poca gracia que te queda- y para salir de la situación los invitas a una fiesta de una amiga tuya -a la que hace años que no ves, porque ni siquiera te cae bien-. Y para mal o para bien, aceptan ir.

Sin saber cómo, despiertas en la madrugada en cama del amigo –sí, el feo- y decides salir discretamente, ir a casa y tomar dos aspirinas para la cruda. Mientras tratas de recuperar memoria, lo único que te consuela es que el tipo no sepa tu nombre, ni tú el suyo. Necesitas dormir pero suena tu teléfono.

-¿Hola?
-¿Susana? –no reconoces la voz masculina al otro lado de la línea
-Si –respondes
-Soy Juanjo
-¿Quién?
-Nos conocimos anoche, en el bar… -foco rojo, piensas
-¡Ah!, claro…
-¿Estarás en tu casa el día de hoy? –pregunta
-No lo creo… -dices dudosa. De seguro quiere volver a verte y no tardará en declararte su amor
-Es que anoche volviste el estómago en mi carro y quedaste de pagar la cuenta del auto-lavado…

Terminas aceptando una segunda cita, para evitar pagarle la cuenta del auto-lavado ahora que no tienes ni un peso partido por la mitad, mientras piensas en algo para evadir una tercera salida en la que, de seguro, Juanjo te pedirá matrimonio.

Porque la sabiduría Cosmo puede ser a veces una maldición, pero es absolutamente infalible.