ROMPIENDO MITOS: LAS PIJAMAS FEMENINAS

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Por allá del siglo XVI la etiqueta marcaba que las mujeres usaran jubones y corpiños, gorgueras –una especie de pañuelo fino que cubría el cuello y el escote-, cofia para la cabeza, faldas y sobre faldas y hasta capas. Es por ello que no resulta sorprendente que fuera en aquel mismo siglo cuando se empezó a arraigar la costumbre de vestir un ropaje más cómodo al término el día.

Es así como surgieron los pijamas. Primero como simples camisones abotonados que llegaban a los tobillos y eran usados al igual tanto por hombres como por mujeres. Posteriormente, esta moda unisex llegó a su fin cuando unos pantalones originarios de Persia –llamados pijama- ganaron terreno y se impusieron como parte de este ropaje de descanso para el género masculino.

Hoy en día hay pijamas de todo tipo. Sólo respecto a la variedad disponible para las féminas encontramos: camisones con manga, sin manga, de manga larga, de seda, de franela de camiseta. También las hay de dos piezas, con shorts o pantalón, tipo vestido o kimono.

Y es precisamente esta variedad la que se le da cabida –y satisfacción- a todos los gustos. Es por ello, precisamente por ello, que me es imposible entender que cada vez que una mujer comenta con algún hombre sobre su pijama, éste, ni tardo ni perezoso, imagina la pieza más sexy y exquisita posible.

A raíz de ello he venido a hacer labor social aquí –de la misma manera en que la he hecho en mis conversaciones uno a uno con mis amigos varones-. Vayamos de regreso al punto de partida. Empecemos ahí: la funcionalidad origina –y aún vigente-de un pijama, queridos lectores, es la comodidad.

Es decir, el pijama es ese refugio que acaricia nuestro cuerpo después de la jornada diurna y nos invita al descanso. ¿De dónde carajos sacan ustedes que una va a querer dormir con una tanga apretada y babydoll con varillas después de andar sufriendo todo el día con los pantalones, el vestido o la falta y el brassiere? ¿Quién les dijo que el encaje y las transparencias son tan cómodas como la camiseta o proporcionan el mismo calor que la franela?

No, señores, una no se mete a la cama con esa ropa diseñada para ser admirada y no para procurarnos descanso y comodidad. Ahora bien, si es que están visualizando a la mujer de su interés ahora y cambiando su imagen mental de un babydoll a un pijama coqueta de tirantes de espagueti y shorts cacheteros, los felicito, porque vamos avanzando. Y sin embargo, lamento desilusionarlos de nuevo.

Es más probable que para dormir, en tiempo de calor una se ponga una playerita de algodón, suelta, de esas que están tan viejas y descoloridas que no las usamos en la calle pero tan cómodas que nos rehusamos deshacernos de ellas. Y quizás en la parte de abajo simplemente llevemos unos calzones de esos nada sexys pero muy cómodos –quizás con el elástico desgastado y algún pequeño agujero- que no nos atrevemos a usar fuera de casa o cuando estaremos expuestas al escrutinio de alguien. Y en tiempo de frío, discúlpenme, es probable que para dormir elijamos ponernos un pants viejo –sí, de esos que ya tiene bolitas- o una pijama de franela, suelta. Suave y calientita pero con al que no dejaríamos que nadie fuera de nuestro círculo íntimo nos viera. Y calcetas, ¡sí!, ¡calcetas!, largas, gruesas, de las que aprietan para afuera –o sea, con el elástico estropeado -.

En resumen y parafraseando el soliloquio de Rob (John Cusack) en Alta Fidelidad: las pijamas de las mujeres se parecen mucho a los calzones de algodón que se han lavado mil veces y que están ahí colgados en el tendedero, esos que claramente no son lencería.