B-Social, por Brenda Orozco.

Hay gente que odia las redes sociales, pero hay algunos que tienen el poder suficiente para bloquearlas en un país entero. Así lo hizo el personaje del que les hablaré hoy: el presidente turco Tayyip Erdogan. Incluso un título alterno para esta columna puede ser “Cae primero un hablador…” y en seguida sabrán el por qué.

En 2014, en un mitin electoral, Erdogan prometió “arrancar de raíz” a Twitter señalado que era una fuente permanente de problemas; horas después la Dirección de Telecomunicaciones de Turquía “desconectó” a los ciudadanos de este sitio de microblogging. Un año más tarde, el gobierno turco prohibió el acceso a Facebook. Esta censura no era nueva, ya que de 2008 a 2010 la víctima fue YouTube.

El pasado 15 de julio, una facción dentro del ejército de la Primera Armada en Estambul se sublevó y tomó edificios y medios de comunicación. Se vislumbraba un golpe de estado. Había gran incertidumbre en todo el mundo. Internet fallaba y no fluía la información. Se rumoraba que el gobierno había bloqueado las redes sociales, pero sólo se frenó el tráfico, es decir se hacía muy, muy lento para evitar las publicaciones.

Cuando los insurgentes tomaron la sala de controles de CNN Turquía, la cadena se retiró del aire y sus redes sociales fueron interrumpidas. De pronto, apareció el presidente Erdogan en una videollamada usando la aplicación Apple FaceTime y CNN inició la transmisión. El mandatario que odiaba la tecnología, se veía obligado a usarla para pedirle a su país que saliera a luchar y evitara así el golpe de estado.

“Soy el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas” dijo por el teléfono mientras la presentadora acercaba el micrófono al iPhone. Luego, informó desde  Twitter lo que ocurría y envió mensajes de texto. El pueblo turco se sintió motivado por su presidente y salió a la calle con teléfono en mano para trasmitir todo lo que se vivía a través de Periscope y Facebook live. De acuerdo a la BBC, en su sitio internacional, el golpe de estado fracasó por dos razones: por el poco respaldo militar, pero también por la gran difusión de los mensajes en redes sociales que inspiraban a la ciudadanía a defender a su país, a no permitir otro golpe de estado.

La aceptación al presidente está dividida, ya que no es precisamente el más querido en su país, pero independientemente de la cuestión política y diplomática, supo acercarse a la población y transmitir un mensaje de lealtad, nacionalismo y arrojo. Los cibernautas, dentro y fuera del país, narraban en tiempo real lo que ocurría, convirtiéndose en reporteros improvisados.

Mientras la cadena de televisión estatal transmitía un mensaje a modo elaborado por los golpistas, las redes avanzaban mucho más rápido, conjugando a una nación que pocas horas antes estaba dividida por las opiniones.

La lección que nos deja Tayyip Erdogan, Turquía y los disidentes es muy clara: nunca subestimes el poder de las redes sociales. Los likes no votan, pero los contenidos que generamos pueden avivar (o apagar) una revolución.

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