PARIS BIEN VALE UNA MISA POR NOTRE DAME 

El día que dejé París después de una semana de visita, era domingo. Tanto la primera, como la última visita que hice en la Ciudad Luz fue a la catedral de Notre Dame. El pasado 15 de abril, este lugar maravilloso, ardió en un incendio devastador. 15 años después de que lo conociera.

Debo confesar que llegué por error a Notre Dame. Cuando aterrizó el vuelo que me llevó desde la Ciudad de México a Paris me cayeron tantos veintes como los que tiene un billete de $1000 pesos. Había renunciado al trabajo, abandonado la universidad, dejado un sueldo muy bueno y la estabilidad de una zona de confort a los veintisiete años.

Quería olvidarme del trabajo, de la gente y de todo lo decente en Europa. Sólo que ni sabía hablar francés, con un raquítico inglés, pero con muchos sueños inició una ruta de locura y de ambición. Sólo que tampoco tenía reservaciones en hotel alguno. Así caí en Notre Dame, porque se me pasó la estación del metro donde debía bajar.

A toro pasado estas situaciones te dan risa. Pero en el momento estaba aterrorizado. Fue ahí donde al pie de la imponente mole con ocho siglos de edad me invitó a entrar. No supe si pesaban más mis maletas o mis miedos. Inmediatamente encontré la respuesta. Ahí, cerca de la entrada estaba una imagen de la Virgen de Guadalupe. Será verdad, será mentira, será alucinación, milagro o sugestión, pero oí una voz en mi interior que me dijo:

  • Tú tranquilo, yo te cuido

Y ahí fue donde verdaderamente comenzó mi viaje a Europa. El incendio de Notre Dame fue como si se abriera la caja de Pandora. Se desataron todos los males, demonios y especulaciones. Pero quedó la esperanza, saltó una fe perdida entre los parisinos y los franceses. Los millonarios se volvieron generosos y solidarios. Y hasta un reportero del otro lado del charco se puso a rescatar videos de Paris, desempolvar recuerdos y remembrar letras de hace tres lustros.

El incendio ocasionó el derrumbe de la aguja de bronce conocida como flecha construida por el escultor Viollet-le-Duc. Esta estructura estaba rematada por la escultura de un gallo en cuyo interior había tres reliquias. Un pedazo de la Corona de Espinas, una reliquia de Santa Genoveva (quien consiguió con la oración, impedir que Atila destruyera París), y una reliquia de San Denis, primer obispo de París.

El gallo, le coq es un símbolo de Francia, hasta la selección lo porta. Su donaire y elegancia, su gusto por la honrosa lucha, decidida y digna simboliza a los franceses. Un especialista en restauración de monumentos históricos   halló entre los escombros al gallo de la flecha de Notre-Dame. Era más que un signo de esperanza.

La anécdota cuenta que a Enrique de Borbón o de Navarra, el pretendiente protestante al trono de Francia se convirtió a la fe Católica para poder reinar. La historia lo conoce como Enrique IV. “París, bien vale una misa” dice la frase atribuida al monarca.

Un domingo dejé París y no he vuelto. Recuerdo que me levanté temprano para ir a la misa gregoriana en Notre Dame. El canónigo de la catedral fue el oficiante según mis escritos. El órgano y el coro hicieron vibrar esas bóvedas que ya no existen.

De esa eucaristía recuerdo con certeza dos cosas. Que en la homilía una y otra vez el celebrante repetía la palabra confiance (CONFIANZA). La segunda anécdota fue que a la hora de la paz di mi mano a una persona de raza negra, a un señor de ojos azules, a una mujer de rasgos árabes y otra persona con ojos evidentemente asiáticos. Verdaderamente dos simbólicos recuerdos.

París si valió la misa, espero con ansias que este domingo que viene, se convierta en un verdadero Domingo de Resurrección para Notre Dame. Pero también que se me permita regresar al gótico edificio para iniciar un viaje tan maravilloso como aquel al que en 2003 bauticé: “La Gira la Amnesia y el Descubrimiento”.