• Gabriel Everardo Zul Mejía incluso estuvo en prisión y por eso pidió ser ordenado en la cárcel de Topo Chico.
  • Por Salvador Y Maldonado 

MONTERREY, N.L. 10 de junio de 2018.- Un joven diácono de la Arquidiócesis de Monterrey, que creció en el mundo del narcotráfico, fue pandillero, además de que  estuvo en prisión, será ordenado sacerdote en la famosa cárcel ´del Topo  Chico el próximo 27 de julio.

El es Gabriel Everardo Zul Mejía, que creció en la colonia Granja Sanitaria, hoy conocida como Valle Santa Lucía en Monterrey, una zona con altos índices de violencia, pandillerismo  y trasiego de drogas.

En un video difundido por la Arquidiócesis de Monterrey, Gabriel recuerda que “como muchos jóvenes de ese sector, era pandillero, me metía en pleitos, ahí fui creciendo también en ese ambiente”.

La violencia lo llevó a pasar un tiempo en el Centro de Reinserción Social (CERESO) Topo Chico.  Ahí fue donde pude tener mi encuentro con Dios”, recuerda el  todavía diácono, y señala que una de las cosas que más lo impactó durante los seis días que pasó en la cárcel “fue que los hermanos internos realizaron conmigo lo que ahora conozco como obras de misericordia”.

“El poder compartir una cobija, el poder cuidarme para que no me junte con gente que me puede hacer también daño ahí dentro. El darme unas monedas para comprar unos desechables para poder comer”, refiere en sus recuerdos.

Gabriel Everardo destaca que “la inquietud de querer ordenarme en el penal ha habitado en mí por ese gran amor que me mostró Dios en el momento más adverso de mi vida”.

El joven diácono consiguió  la anuencia del Arzobispo de Monterrey, monseñor Rogelio Cabrera López, para ser ordenado en el CERESO Topo Chico.

En su proceso de conversión, el joven pasó por grupos parroquiales, retiros, e incluso fue misionero durante un año en la localidad de Mina, en el estado de Nuevo León. En declaraciones al diario mexicano Reforma, Darío Torres Rodríguez, encargado de comunicación del Seminario de Monterrey, señaló que Gabriel tuvo diez años de formación, durante los cuales “no compartía abiertamente su experiencia salvo que alguien le preguntara, pero se mostraba orgulloso de su proceso y daba testimonio de ello”.

Como seminarista participó en la pastoral penitenciaria en diversas cárceles del estado de Nuevo León y también acompañó a niños con cáncer.

“La historia de Gabriel ha impactado tanto a los seminaristas como a toda la comunidad. Nos invita a que nos pongamos las pilas”, señaló.