• Reportaje especial de Agustín del Castillo para MONGABAY
  • Nuevo San Juan Parangaricutiro renació después de la erupción del Paricutín y creó un modelo de manejo forestal que hoy tiene 12 empresas comunitarias

Michoacán es el estado en el centro-occidente de México donde, en diciembre de 2006, comenzó la llamada “guerra contra las drogas”. Mientras la entidad se descomponía, se destruían paralelamente los bosques con un fenómeno casi igual de explosivo: la expansión ilegal de la frontera del cultivo del aguacate, al calor del su alto precio internacional. Sin embargo, en la misma región, en los bosques comunales de Nuevo San Juan Parangaricutiro, se daban lecciones de un manejo forestal ejemplar, gobernanza, conservación y generación de riqueza.

Esta comunidad forestal purépecha, ubicada en las inmediaciones del volcán Paricutín, tuvo dificultades ante el clima de ingobernabilidad que se desató en la zona a partir de 2006. Nuevo San Juan protegió con éxito su patrimonio y mantuvo vivas sus cadenas productivas y sus rutas comerciales. Lo hizo, incluso, cuando un par de años después, la pandemia del virus H1N1 irrumpió y paralizó la economía regional.

Hoy, sin haberse resuelto el problema de la violencia, a la puerta de otra crisis más severa por la pandemia de COVID 19, con el retiro casi total del Estado mexicano en el subsidio y apoyo al sector forestal, y un contexto internacional desafiante, los comuneros de Nuevo San Juan se sienten más fuertes y preparados por las experiencias previas que han marcado su historia y que quizás explican por qué su experimento forestal es exitoso: se quedaron sin alternativas cuando la erupción del volcán Paricutín sepultó la mayor parte del pueblo colonial (1943-1952), y con ello, las tierras productivas, cuenta el responsable de ventas y comercialización, Héctor Andrés Anguiano Cuara, vocero designado por la comunidad.

La hipótesis de este comunero, que estudió ingeniería en Uruapan y se especializó en negocios en el Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa (IPADE), se resume en el popular apotegma: hicieron de la necesidad, virtud.

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Cenizas que dan valor al bosque

“Esta comunidad —señala Héctor Anguiano— ha vivido muchas complejidades que le han permitido fortalecer su esquema de organización. La primera complicación grande fue la erupción del Paricutín, en 1943; hubo que moverse y construir un nuevo centro de población. La gente se quedó sin trabajo, sin casa y sin posibilidades de desarrollo económico para sus familias, pues las tierras productivas quedaron bajo la ceniza o la lava y no se le daba valor al bosque; esto provocó emigración a otros estados, pero sobre todo a Estados Unidos”.

En 1949 —de acuerdo con lo documentado por los investigadores Alejandro Torres, Gerardo Bocco y Alejandro Velázquez en el estudio Las enseñanzas de San Juan— las autoridades tradicionales y sus abogados solicitan al gobierno mexicano el reconocimiento y titulación de los bienes comunales, procedimiento que culminó en 1991.

Si bien la seguridad en la tenencia de la tierra es esencial, el largo ínterin de cuatro décadas permitió fundar el nuevo poblado y concebir lentamente la transformación.

En esa región de Michoacán muchos indígenas purépechas trabajaban la madera en el monte —concesionado a empresas particulares— y decidieron que debían capacitarse técnicamente para tomar el control. La oportunidad se dio en 1977, cuando una veintena de poblados conformaron la Unión de Ejidos y Comunidades Indígenas Forestales de la Meseta Tarasca Luis Echeverría Álvarez  y, en 1979, obtuvieron el primero de los permisos de aprovechamiento forestal.

La experiencia no fue del todo positiva, Nuevo San Juan se separó de la Unión y se enfocó a trabajar, por su cuenta, un proyecto para sus bosques comunales que habían sido devastados por las empresas.

Los comuneros de Nuevo San Juan primero se dedicaron a extraer maderas muertas y leña, comenta Anguiano Cuara, pero luego comenzaron a aprovechar el bosque.

Anguiano Cuara explica que en los inicios del proyecto forestal, la comunidad contó con el apoyo de lo que hoy se conoce como Biopapel Grupo Scribe de Morelia, los primeros clientes de la organización. El 16 de julio de 1983 lograron montar un aserradero modesto, que dio entre 14 y 16 empleos para la comunidad. “No había recursos de gobierno, ellos (la empresa) nos apoyaron con un financiamiento que se fue pagando con leña, y así se arrancó, con un aserradero manual”.

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Dar forma a una empresa forestal

Los primeros resultados del trabajo forestal se presentaron durante una asamblea comunal en 1984. Anguiano recuerda algunas personas no confiaban, por lo que el proyecto pudo haberse desplomado. Pero los purépechas decidieron que no sería así.

“Había una situación compleja en lo político y social; políticas internas y liderazgos; la gente se había desanimado, la unión dejó desconfianza; muchos no creían en el proyecto, pero había otra gente que siguió apoyando hasta que hubo resultado», resalta Anguiano.

El vocero dice que los mayores aún recuerdan que la empresa forestal tenía muchas necesidades, pero para ganar la confianza de la gente, se decidió que las utilidades se repartieran entre los comuneros y no invertirlas en los vehículos y maquinaria que se requerían.

Nuevo San Juan Parangaricutiro

Las empresas forestales de Nuevo San Juan Parangaricutiro son negocio sustentable por que se reinvierten sus utilidades. Foto: Facebook Comunidad Indígena Nuevo San Juan Parangaricutiro

Pero a la mayoría de los comuneros, el recurso económico no les duraba mucho. Así se dieron cuenta de que repartir las utilidades no ayudaba, y que la empresa necesitaba reinversión. También llegaron a la conclusión de que era mejor garantizar empleos permanentes para la comunidad. En asamblea se optó por esos acuerdos. Eso fue decisivo para la siguiente década de trabajo.

Los comuneros no solo dejaron de cobrar utilidades, también tenían que aportar trabajo gratuito. Lo que en el estado de Oaxaca llaman tequio, en la comunidad de Nuevo San Juan se conoce como faenas: un apoyo sin remuneración. Así se comenzaron a construir las primeras instalaciones, bodegas y oficinas, mientras se reinvertía para herramientas, vehículos y capacitación del personal.

“Eran campesinos que sabían trabajar la tierra (no el bosque), por lo que hubo que traer mucha gente de fuera para sacar adelante los primeros procesos. La gente muy rápido fue tomando práctica y se apropió de los procesos”, explica Anguiano.

Ampliar la zona forestal

La apuesta por impulsar la educación de sus jóvenes fue la otra determinación que aclaró el futuro. Los primeros egresados como técnicos e ingenieros forestales caminaban diariamente de diez a doce kilómetros para tomar clases en Uruapan, pues no había transporte y los caminos eran malos.

La otra decisión que tomó la empresa fue comprar un molino para material celulósico; luego construyeron con adobe los primeros hornos de secado de madera. En 1985, se hizo el cambio del método de manejo forestal, del “método móvil” al método de desarrollo silvícola, que brindó mejores resultados en volumen de aprovechamiento de madera.

A finales de los años 80 nació la dirección técnica forestal. El esfuerzo de los comuneros llevó a tratar de recuperar tierras sumidas bajo arena volcánica. Si en 1980 se tenían unas 10 000 hectáreas de bosque, hoy los terrenos forestales han crecido, al menos, en mil hectáreas. La comunidad mostró ir a contracorriente de la tendencia nacional de deforestación.

Esto fue el primer eslabón “de lo que conocemos como las huertas agrícolas de la comunidad”. La apuesta por el bosque ya estaba decidida. Las huertas fueron de durazno, hoy son predominantemente de aguacates, pero no han crecido a expensas de la floresta: son tierras recuperadas al volcán.

Nuevo San Juan Parangaricutiro tiene una superficie comunal de 18 138 hectáreas: más de 10 880 están designadas a la silvicultura, 1200 son de plantío forestal y viveros, 1913 son usadas para la agricultura, 2122 son huertos frutales y 35 se utilizan como pasto para el ganado. Unas 1685 adicionales están categorizadas como “terreno rocoso” y 152 como arbustos y matas, de acuerdo con los datos que se incluyen en el estudio de caso publicado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), a propósito del premio de la Iniciativa Ecuatorial que la comunidad obtuvo en 2004.

Nuevo San Juan Parangaricutiro cuenta con un bosque templado, típico del altiplano central mexicano: predominan las coníferas, aunque hay una importante diversidad de encinos, ailes y otras especies. La densidad de especies vegetales —desde arbustos y acates hasta árboles— ronda un centenar por hectárea, y el reto del aprovechamiento es no romper esa estructura que otorga servicios ambientales esenciales como captura de carbono y hábitat para fauna como el venado cola blanca, gato montés, coyotes, zorras, reptiles, anfibios y aves.

La importancia de las florestas de Nuevo San Juan, con alto grado de conservación, ha crecido con la devastación que está dejando en la región la expansión del aguacate, con cambios de uso de suelo ilegal por toda la meseta Purépecha.

El director de Gira (Grupo Interdisciplinario de Tecnología Rural Apropiada, AC), Jaime Navia Antezana, resalta que de las casi 200 000 hectáreas de cultivo de aguacate establecidas en el estado de Michoacán en los últimos 30 a 35 años, cerca de la mitad eran bosques templados. Este cultivo, señala Navia, está “incrementándose día con día; no solo en la meseta, sino en lo que se denomina la franja aguacatera que cruza todo Michoacán, de oriente a poniente”.

Crecer, gracias al bosque

En 1989, Nuevo San Juan invirtió en incorporar más maquinaria, lo que les ha permitido “mucho más material celulósico” y con lo que han conseguido, hasta la fecha, contar con un flujo de efectivo diario.

La empresa Scribe (dedicada a la fabricación de papel), “más que clientes son nuestros socios comerciales, que nos han apoyado para inversiones estratégicas”, señala el coordinador de ventas y comercialización .

Hacerlo todo de nuevo obligó a hacer cosas distintas. Por ejemplo, al comienzo de la década de los noventa, Nuevo San Juan compró cuatro camiones de transporte urbano para mover a los trabajadores y a la población. Esa empresa comunitaria tiene cuatro rutas que cruzan todos los polígonos de la comunidad. Con los años, también crearon una empresa embotelladora de agua, una tienda comunitaria y una de televisión por cable.

Nuevo San Juan ha crecido en su capital humano de manera exponencial. En 1990, según el INEGI, apenas 4.9 % de la población había superado la educación primaria. En 2020, las cifras de la comunidad, que se actualizan cada cinco años, señalan que de cada seis familias, cinco tienen al menos un hijo con estudios universitarios o en proceso de alcanzarlo. Esto incluso genera una salida constante de habitantes de la comunidad por trabajo o por asuntos académicos, pero la diversificación de estudios y oficios es una ventaja competitiva. Se tienen desde maestros, abogados y contadores hasta ingenieros de las más diversas ramas y especialistas en negocios.

Además, la comunidad es espacio de prácticas para la Escuela de Guardas Forestales de Uruapan y tiene nexos con la facultad de Agrobiología, enclavada en la misma ciudad vecina.

Impulso a la forestería comunitaria

Fue hasta los años noventa cuando el gobierno mexicano descubrió el bosque y las oportunidades que daba el manejo forestal. El vocero comunitario lo resalta: “Se hablaba del modelo que había iniciado San Juan, se empieza a hablar de forestería comunitaria […] hubo un interés más claro del gobierno, y en la segunda mitad de la década empezó a haber apoyos directos”. Estos han sido fundamentales. Si Nuevo San Juan ha alcanzado, a 37 años de su primer aserradero, un nivel modelo, Anguiano considera que solos se habrían llevado el doble de tiempo en lograrlo.

Así, la comunidad continuó con la diversificación de sus actividades productivas. Se estableció una unidad de manejo ambiental para reproducir venado cola blanca y un centro ecoturístico cerca del volcán, llamado Patzingo.

Nuevo San Juan Parangaricutiro Centro Ecoturistico Pantzingo propiedad de la comunidad ingígena. FOTO: Facebook Centro Pantzingo

El Banco Mundial entregó recursos para capacitación y educación ambiental. En 1997, Nuevo San Juan obtuvo la primera certificación otorgada por el Forest Stewardship Council (FSC), herramienta que ha sido primordial para mantener los altos estándares de trabajo y garantizar que se conserva el bosque, pues cada cinco años se revisa todos los procesos y se determinan acciones que comienzan en el bosque, siguen con el manejo de la industria y abarcan los temas de inclusión social.

“Esta certificación nos ha traído satisfacción, es el organismo más exigente a nivel mundial”, añade Anguiano. Y si bien la comunidad apenas exporta alrededor de 5 % de su producción de madera, los sellos de calidad de FSC ya generan diferencia en México y abren los mercados.

Nuevo San Juan produce alrededor de 65 000 metros cúbicos de madera por año. Genera desde resinas hasta muebles, para lo que se crearon diversas empresas forestales. Tiene presencia dominante en los mercados de Ciudad de México, Guadalajara, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Veracruz, Puebla y Chihuahua.

A diferencia de la mayoría de los aprovechamientos forestales en México, la eficiencia industrial es casi completa: la madera aserrada como producto primario sirve para sacar tablas, tablones y polines, tanto para construcción como para productos de acabado fino, como muebles, duelas, molduras, pisos e incluso cabañas. El material secundario es aquella madera que se acerca a la punta del árbol con diámetros menores, con la que se hacen tarimas.

Finalmente está el material celulósico, que son las ramas y troncos demasiado delgados; se descorteza y muele para celulosa de papel. Tras cortar el árbol, en el bosque se queda entre 8 y 10 % del material, ramillas y hojas de árboles, que por ley se debe picar para prevenir la formación de combustibles, y ayudar a la conservación del suelo.

¿Cómo ha afrontado Nuevo San Juan el problema de la importación de madera barata proveniente, sobre todo, de países como Chile y Brasil? A comienzos de esta década, se resintieron, pero Anguiano asegura que la calidad inferior de esos productos hizo que los clientes regresaran a la vuelta de dos años.

Las especies de pino de estos bosques purépechas, dominadas por Pinus michoacana y P Pseudostrobus, tiene gran demanda en el mercado nacional, es madera flexible y consistente; y por su ubicación geográfica, Nuevo San Juan no enfrenta el problema de movilización de largas distancias, lo que le permite no castigar sus precios. Aun así, “nos damos el lujo de cobrarla a un precio mayor, y siempre nos la compran”, subraya Anguiano.

Afrontar los nuevos tiempos

En las cuatro décadas de trabajo forestal, Nuevo San Juan ha logrado crear 12 empresas que ofrecen 900 empleos permanentes y 300 eventuales. Está la empresa de aprovechamiento forestal, la destiladora de resinas, la de desarrollo integral (actividades en el bosque, que van desde recolección de semilla hasta elaboración de estudios técnicos), la de huertas comunitarias (que incluyen producción de aguacate, durazno y, en invernaderos, jitomates y arándano), el programa agropecuario para fortalecer huertas por servicios (incluye el manejo y conservación de los manantiales y del ciclo de agua), la comercializadora de fertilizantes, la tienda comunal, la televisión por cable, el centro ecoturístico Patzingo, la embotelladora de agua, la de transporte urbano y el despacho para captación de recursos internacionales, que ahora ensaya con los bonos de carbono.

Nuevo San Juan se prepara para tiempos difíciles. La reducción sustancial de apoyos y acompañamiento por el gobierno federal los llevó a proyectar “un esquema de punto cero”, que ha arrancado este año, en que no han recibido ningún recurso gubernamental. El capital humano, la diversificación y el fuerte compromiso de los 1254 comuneros son las fortalezas para afrontarlo.

¿Por qué Nuevo San Juan cuenta con esas fortalezas y otras comunidades forestales son tan vulnerables? José Iván Zúñiga, gerente de paisajes forestales de World Resources Institute México (WRI), considera que los proyectos comunitarios más antiguos tuvieron un acompañamiento gubernamental más fuerte para fortalecerlos a través del Proyecto de Conservación y Manejo Sustentable de Recursos Forestales (Procymaf), mientras que a partir de 2001 la Comisión Nacional Forestal (Conafor) fue menos incisiva.

Sin duda, influye que las comunidades indígenas tienen siglos de costumbre arraigada, mientras muchos ejidos son de formación reciente y composición social heterogénea. Y está, además, la escala del aprovechamiento forestal.

“Aunque en ocasiones no sea el predio muy grande, el manejo forestal les permite ingresos suficientes como para hacer inversiones sociales de peso y legitimarse: invertir en escuelas, en hospital, en tienda de abarrotes o sistemas de transporte. Eso genera un bien colectivo que le da un sentido fuerte a la empresa forestal comunitaria y seguir en desarrollo porque hay consenso. En cambio, cuando los ingresos son poquitos y no dan para inversión social o reparto, el consenso es menor”, destaca el experto.

Se trata de que haya inversiones sociales y no que unos cuantos se apropien de las ganancias. En contraste, hay casos donde las autoridades ejidales se quedan con el dinero y eso ocasiona que la gente se oponga al aprovechamiento maderable, añade Zúñiga.

“En Nuevo San Juan claro que hay boom de aguacate, pero como hay organización social fuerte, y un ordenamiento territorial e institucionalidad, allí mismo se controla todo. Las plantaciones de aguacate no están en el bosque y son abastecidas por la propia comunidad. Han superado bastante bien las pruebas de la inseguridad, de la expansión del aguacate y otras”, puntualiza Zúñiga.

De este modo, hay un milagro que no es tal. Es fruto de organización, de esfuerzo bien encauzado y de metas claras. Y que comienza a afrontar una prueba, quizás la más dura desde que un volcán irrumpió en su historia y les cambió la vida para siempre.

* Imagen principal: Nuevo San Juan Parangaricutiro conserva una superficie de unas 12 000 hectáreas de bosques templados en Michoacán. Foto: María Eugenia Olvera/Polea A.C.

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