DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

“Escribe un libro, planta un árbol, ten un hijo” reza la famosa frase que nos dice las tres cosas que se deben hacer en nuestro paso por esta vida. Sin embargo, no todos somos doctos de las letras, ni aptos para la jardinería, ni tenemos el vibrante llamado a la paternidad. Las pasadas festividades del día de la madre me han traído a la mente un tema que se ha discutido cada vez más últimamente: el derecho a no reproducirse.

Desde el argumento de que negarse a dar vida es ir contra natura hasta el hecho de enmarcarlo sencillamente como un acto egoísta, el no querer hijos y decirlo abiertamente, genera opiniones no pedidas por parte de terceros. Porque la procreación, dicho sea de paso, es algo que se espera de las personas, como si fuera un proceso inalienablemente propio del ser humano, una experiencia absolutamente necesaria en nuestra especie.

Especialmente por estas fechas -y falta que llegue el día del padre a completar la ecuación-  escuchamos la retahíla de anécdotas cargadas desentimiento que hablan de la gran experiencia de vida que es la maternidad y, aunque tampoco es mi intensión negarlos ni minimizarlos, hago uso de estas líneas sino para explicar que, lo que funciona para unos no funciona para todos, paternidad incluida.

Entre mis amigos y conocidos cuento ya algunos que han decidido que no quieren ser padres. Casados hace tiempo, en pareja o solteros. No se trata de que estén físicamente imposibilitados para procrear sino que han decidido no hacerlo. Y es precisamente esta decisión la que los hace vulnerables a críticas. Tantas personas que quisieran tener la posibilidad de engendrar un hijo, diría alguien en tono de reclamo, y ustedes han decidido negársela.

Quienes son padres saben mejor que nadie que un hijo implica tiempo, esfuerzo y un poco o mucho la renuncia de uno mismo para poder formar a ese otro individuo. Y no se trata de no tener hijos porque la vida es más cómoda sin ellos –aunque ojo, éste es también un argumentos válido-, se trata de reconocer que no nos consideramos capaces de hacernos cargo de una nueva vida.

Personalmente, no tengo hijos y aún no he decidido si quiero tenerlos, pero cada que se cruza por mi mente la posibilidad de ser madre me abrumo con una cantidad infinita de cuestionamientos del tipo: ¿seré capaz de proveerles lo suficiente a mis hijos?, ¿Podré darles tiempo de calidad si es que debo de seguir trabajando?, ¿quisiera dejar mi trabajo y carrera profesional de lado para dedicarme a ser madre de tiempo completo al menos durante sus primeros años de vida?, ¿Lograré que sean personas íntegras y felices?, ¿y si no lo logro? Uff.

Estoy segura de que no soy la única persona que se plantea éstas y otras tantas preguntas mientras sopesa la posibilidad de ser padre. Hay quienes deciden a favor y hacen su mayor esfuerzo en el día a día por asumir su papel con toda la responsabilidad que conlleva y, afortunadamente lo llevan a cabo con éxito. Sin embargo, hay otros que simplemente saben que no están hechos para ello y el decidir no tener hijos es su manera de ser responsables.

En nuestros tiempos no sólo debemos poder elegir cuándo ser padres sino también tener la libertad de no serlo. ¿Para qué queremos padres infelices con hijos no deseados? El que no procreemos por decisión propia no nos hace personas menos maduras, sino libres y conscientes. Y eso también juega a favor de la humanidad, en la que están incluidos los hijos de quienes sí decidieron tenerlos.

No dejen de enviar comentarios, propuestas de temas, historias o anécdotas al correo devenirescotidianos@gmail.com

Susana Ruvalcaba: Comunicóloga por gusto. Maestra en política pública por afición y maestra en desarrollo y cambio cultural por ventura. Tiene más de tres décadas de edad, cinco canas, y carece de lugar fijo de residencia. En sus horas libres disfruta de la lectura y la reflexión y escribe sus Devenires Cotidianos en Brunoticia