• Por Aura Fuentes

Guanajuato, Gto. 26 de diciembre de 2018 (Notimex).- Bajo las calles del corazón de Guanajuato se encuentra un tesoro que la mayoría de visitantes ignora: el ExConvento Dieguino, un testimonio oculto entre las murallas creadas para proteger de las inundaciones a la ciudad, cuyo nivel original puede apreciarse en lo que ahora es un museo.

“Este es un rescate arqueológico novohispano. Es importante porque es poco común un rescate de esta índole y estamos más acostumbrados a rescates prehispánicos”, indicó a Notimex el coordinador del lugar, Eligio Ruvalcaba.

A un costado del Templo de San Diego se observa un barandal que resguarda un camino de cristales por los cuales las personas pueden asomarse y ver su reflejo, así como el cielo; sin embargo no imaginan el secreto que se esconde del otro lado hasta que una vez ahí, miran hacia arriba y ven como los rayos del sol alumbran a los curiosos asomados hacia abajo.

Eligio explicó que ese lugar –como otros de la urbe- quedó soterrado en algún momento de la historia de Guanajuato y apenas fue redescubierto en 1996, durante las labores de obra pública en un ramal de la calle subterránea, por lo que al conocerse el convento sepultado, inició la investigación y su rescate.

Para llegar a el Exconvento Dieguino hay que bajar unas escaleras, la puerta de madera se encuentra abierta de 10:00 a 18:00 horas. Un letrero da la bienvenida al Museo Ex Convento Dieguino”, al igual que un joven detrás de un mostrador que recibe a los visitantes, les pide su registro y les indica la cuota de 13 pesos para ingresar.

“Su origen se remonta a 1662 cuando se autoriza por primera vez su construcción, después el rey de España (Felipe IV) la suspende y después, con otra cédula real (emitida por Carlos II) se permite la construcción del convento. Se le otorga a la provincia de los frailes dieguinos en México y se asentó la orden descalza”, narró.

Este primer inmueble realizaba funciones de asilo y manutención a niños pobres, huérfanos y abandonados; por lo que su planta arquitectónica y espacios son diferentes a los de un convento destinado sólo como vivienda y sitio de oración de una comunidad religiosa.

En 1694 se concluyó la construcción del conjunto, con un portal de peregrinos, atrio, plazuela y dos aljibes, uno en el claustro y el otro en el patio; además contaba con dos plantas que albergaban hasta 25 frailes y para este año el monasterio alcanzó la autonomía.

“Después por constantes inundaciones del río que hoy conocemos como Calle Subterránea, que se desbordaba muy seguido, hubo necesidad de darle un cauce artificial y crear unas grandes murallas que ahora se ven” en la mencionada vía, alrededor del río, añadió el coordinador.

Fue así que se decidió elevar el nivel de los muros, con cal y canto, a seis varas de altura y con un ancho de cauce de 12 varas. Las casas que quedaron dentro de los muros fueron destruidas y fueron sepultadas aquellas edificaciones ubicadas sobre el terraplén que se formaría al exterior de los muros, entre ellas el templo y el convento.

“Tuvo que ser soterrado en su primera planta en alrededor de seis varas o nueve varas, que equivalen a ocho metros más o menos, lo que se soterra. Así, cambia la función del convento, todo queda en una sola planta, lo hace atípico, y el conjunto de la iglesia y el convento van teniendo diferentes desarrollos”, indicó.

Cuando llegó la Ley de Reforma en 1860, se enajenó el bien inmueble y se convirtió en un hotel; además de que se destruyó una parte para construir un mercado entre la Casa de Moneda y lo que quedaba del convento.

“Poco después, en 1872, lo adquiere el gobierno para construir el Teatro Juárez y así se destruye totalmente la memoria de este convento. Es hasta 1992 que empiezan hacer las calas para rescatar lo que queda del claustro, que es más o menos 40 por ciento de la planta original”, detalló.

“Ahora nada más contamos con la mitad de las arcadas, una pequeña portería y una pequeña la sacristía. La portería se redujo porque hubo que hacer un contrafuerte para sostener la torre sur del templo, pero después de ese rescate podemos ver cómo era parte de esa planta y los frescos originales que han sido rescatados, consolidados y continúan en exhibición”, informó Eligio Ruvalcaba.

Pese a la importancia de este lugar, el coordinador lamenta que sea un sitio poco conocido pues aunque irónicamente está en el corazón de Guanajuato, a solo cinco metros del Jardín Unión y a un costado del Teatro Juárez, su situación bajo tierra lo hace desconocido para la gran mayoría de los visitantes a esta urbe.

“Somos muy respetuosos de la señalética y del entorno en cuanto a las condiciones patrimoniales y las condiciones” que ha establecido el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

“Por eso mismo somos muy poco visitados. Ojalá que tengan la oportunidad de vernos, abrimos todos los días de 10:00 de la mañana seis de la tarde, el costo es muy accesible”, invitó.

Además de dar fe de la historia, este lugar también funge como un espacio cultural con una vocación de promoción patrimonial, dentro del municipio de Guanajuato, explicó Ruvalcaba.

Tal fue el caso de la pasada edición del Festival Internacional Cervantino, en donde se presentó “Perversidad cromática. Un acercamiento a la colección del Museo Guggenheim Aguascalientes”, del artista Rolando López.

Museo Dieguino