CANCELACIONES DE ÚLTIMO MINUTO O POR QUÉ LOS HOMBRES MERECEN IR AL INFIERNO

DEVENIRES COTIDIANOS

Por Susana Ruvalcaba

Hace días tuve una larga conversación con una amiga cuyo galán –pretendido, pretendiente- había tenido la genialidad de invitarla a cenar el fin de semana. Sería la primera vez que estarían socializando a solas y cada día de espera fue incrementando las expectativas. Sin embargo, cuando la dama en cuestión se disponía a salir de casa, el caballero –por llamarlo de una forma elegante- tuvo la genialidad de cancelar su encuentro debido a una emergencia.

Sí, avisó y no la dejó esperando sola en el restaurante. Sí, explicó el motivo por la que necesitaba posponer la cita. Y sí, la explicación resulta medianamente creíble. No obstante, en una situación como esta, es absolutamente imposible que una mujer contenga su cólera porque, queridos individuos del sexo masculino -léase hombres-, para nosotras la cita inicia en el momento mismo en que la posibilidad de ese encuentro se menciona.

Hagan el favor de abrochar sus cinturones porque aquí es donde me tomo el atrevimiento de profundizar en el tema. La preparación de una cita para ustedes, señores, conlleva si acaso, una ducha y el salir de casa con el tiempo suficiente para llegar al lugar acordado. Mientras que, para nosotras las féminas, implica un sinnúmero de acciones que debemos calendarizar y cumplir en tiempo y forma para que llegado el momento de tener frente a frente al susodicho hombre, pretendiente/pretendido todo sea impecable.

Nosotras somos capaces de prepararnos para una cita con meses de antelación. Sí, meses. Vamos al gimnasio, retomamos la dieta por diezmilésima vez, nos cortamos el cabello, nos retocamos el tinte, nos compramos ropa nueva, nos hacemos manicure y pedicure, vamos a la depilación, a la exfoliación, a que nos hagan un facial y reportamos todo el proceso y cada uno de los pequeños avances con nuestras amigas cercanas.

Pasamos horas ensayando frases y gestos frente al espejo –para no vernos forzadas ni ridículas- y nos hacemos cargo de que no haya un solo obstáculo o contratiempo que nos complique el estar en nuestra tan imaginada cita de manera puntual y perfecta.

Y cuando el día llega, la neurosis nos alcanza mientras decidimos si llevar falda o pantalón. Elegimos los zapatos con precisión científica y los accesorios con empeño poético -¡ni qué decirles de la ropa interior!-. Sometemos a la votación de nuestras féminas cómplices –de manera presencial, telefónica o cibernética-, si el cabello rizado o lacio, si suelto o recogido, si la boca se ve mejor con el gloss transparente o el labial rojo.

Nos vestimos, nos desvestimos, nos peinamos y volvemos a peinar, nos corregimos el maquillaje o nos lo quitamos de golpe para empezar de ceros hasta que estamos convencidas de que las horas invertidas en nuestro arreglo personal más el ejercicio democrático en el que participó nuestra gente de confianza han resultado en la mejor versión de nosotras mismas, en la más perfecta, en aquella que queremos presentar en nuestra cita.

Y ustedes, mis queridos e ilusos hombres, nos ven tan naturales e increíbles, tan agraciadas y sensuales, tan relajadas y sonrientes sin saber del esfuerzo y las horas que hay detrás de la piel tersa de nuestro rostro o de los dientes blanquísimos que se les muestran a ustedes de manera amplia y coqueta. No, caballeros, ustedes no entienden el trabajo preciso que hay en ese pequeño mechón de pelo que cae ligeramente sobre uno de los costados de nuestro rostro de manera tan exacta. Están lejos de comprender el misticismo de la prueba y error que nos lleva a balancear el maquillaje con la los aretes y el abrigo y la mascada y las medias.

Lo que en ese instante tienen ante sus ojos es ciencia, señores, disciplina, arte. Ahora pues, hombres, quítense la venda de los ojos y calculen que el enojo de una mujer a la que dejan plantada es directamente proporcional al tiempo y esfuerzo que ha puesto en alcanzar esa mejor versión de sí misma en pro del encuentro prometido.

Baste decir que tengo la firme convicción de que si Dante hubiera sido una mujer, seguramente habría concebido un círculo en el infierno para aquellos que cancelan una cita romántica de último momento.