ESO QUE LLAMAN INICIAR EL AÑO

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Si ustedes están leyendo esto, son como yo, uno de los sobrevivientes que dejó el 2017. Cerró el año y el que estemos acá significa que no nos morimos de amor o por andar comiendo tacos de a cuatro por diez pesos; que no nos asfixiamos con una de las doce uvas cuando pedíamos deseos campanada tras campanada; que no escapamos de que nos alcanzara la pulmonía cuando salimos corriendo con las maletas a darle la vuelta a la manzana y que no nos gangrenamos usando calzones de todos los colores para que nuestra suerte en el amor, el dinero y anexos fuera la mejor durante los próximos meses.

Sobrevivimos a los frentes fríos -del año pasado, pero no cantemos como victoria a los de este-, a los sismos -que nos sacudieron también la mente y el alma- y a nuestras malas decisiones. Arrancamos, casi seguramente, con gripe, una lista medio nebulosa de propósitos y quizás esperando bastante por parte de este 2018.

¿Cuál es la emoción de los propósitos de año? En mi caso, ninguna. Los propósitos parecen generalmente extraídos de una lista pre cargada en el imaginario colectivo que está por demás trillada.

Por ejemplo, un propósito casi obligado es bajar de peso. ¿Y cómo no? Después del pavo, los brindis, los romeritos, el ponche, los dulces de los bolos y las piñatas, y un largo etcétera, este propósito es tan popular como poco logrado ¿y cómo no? Si apenas a los seis días de arrancar el año nos toca compartir la rosca y después de un mes de estrenado el 2018 estaremos comiendo los obligadamente tamales con motivo de la candelaria.

Hacer ejercicio es otro de los propósitos que nos encanta hacernos. Peeeeeeeeero se vuelve taaaaaaaan difícil de lograr especialmente con estos fríos que nos han golpeado últimamente y que invitan a que uno se quede en cama cinco minutos más -o diez o veinticinco-.

Trabajar menos pero ganar es un propósito que califica también como sueño guajiro. Especialmente cuando en las oficinas hay trabajo rezagado del año anterior. Y es que llegando diciembre y las posadas y las reuniones de fin de año, nadie tenía ganas de ser eficiente. La tendencia a procrastinar nos hizo sus víctimas y henos aquí en enero, afrontando las consecuencias de todos esos pendientes que requieren atención urgente.

Y ya que andamos en eso de hacer propósitos como si fueran deseos solicitados al genio de la lámpara de Aladino y como pedir no empobrece –diría mi abuela-, nos hacemos como propósito encontrar el amor o ya me menos una pareja –que no es necesariamente lo mismo-. ¿Por qué no? Al final agregamos el color rojo a nuestro combo de chones que utilizamos en Noche Vieja.

Enero, especialmente ese día en el que aún no estamos de vuelta al trabajo, es sin duda cuando nos da por inspirarnos en los propósitos y de visualizar lo que queremos. Pero de pronto estamos de vuelta a la oficina y se nos atraviesa el blue monday y algún otro frente frío, a lo que le sigue un sinnúmero de obstáculos y dificultades.

Y como van pasando los días en el calendario, nos vamos haciendo a la idea de ser gorditos, de tener pésima condición física, de esclavizarnos en la vida de Godínez y de pasar otro catorce de febrero en calidad de forever alone.

Total, ya vendrá otra noche Vieja y quizás este año, los colores en nuestra ropa interior sí hagan funcionar la magia.

¡Excelente 2018 para todos!