LA JUNGLA CAPITALINA: LECCIONES DE SUPERVIVENCIA

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Hace algún tiempo, un amigo extranjero que estaba de visita por la Ciudad de México, se sorprendió por la capacidad de la gente local para caminar y comer de forma simultánea. La única explicación que se me ocurrió fue decirle que la vida de la ciudad es una locura y la gente se ve en la necesidad de desarrollar este tipo de habilidades para poder llevar el ritmo.

A diario, miles de millones de personas se transportan por las calles capitalinas para llegar a sus centros de estudio o de trabajo. Las distancias son largas pero es el flujo masivo el que dificulta los tiempos de traslado y hace necesario que cada uno vaya encontrando alternativas que les permita un uso más eficiente del tiempo destinado a los trayectos.

El Metro, que funciona en esta metrópoli hace casi 50 años, es por muchas razones el transporte más popular de              la ciudad no sólo porque es económico y una manera efectiva de evitar el tráfico, sino además porque es un mundo en sí mismo que permite al usuario apropiarse de él.

Muchas estaciones cuentan con locales comerciales cuyos servicios van desde abarrotes, farmacias y comida preparada, hasta cibercafés y joyería. Y por supuesto, siempre podremos adquirir algún disco mp3 con los mejores éxitos musicales, un accesorio para nuestro celular, alguna golosina o un necesario paquete de curitas a través de los vendedores informales que siguen propagados por su red.

Durante mis ya numerosos trayectos en tan socorrido transporte, he podido atestiguar un sinfín de destrezas que los usuarios han ido desarrollando precisamente con el ánimo de optimizar el tiempo que pasan en él. Por ejemplo, si viajan en el metro, sobre todo por las mañanas, será inevitable pasar desapercibidas a las mujeres que utilizan sus vagones como sala de belleza.

Con maquillaje en mano, las mujeres van embelleciendo su rostro, estación a estación. Base, polvo, rubor, sombras, cucharita para enchinar la pestaña, rímel. Sin embargo, entre este grupo de mujeres, hay unas a las que admiro de manera particular: aquellas que sin miedo logran sortear los movimientos imprevisibles del tren y realizar actividades que requieren un cálculo minucioso o pueden terminar en desastre como delinearse los ojos o incluso, pintarse las uñas.

Entre los usuarios existe también un sector más intelectualoide que elige hacer de los vagones del metro su sala de lectura. Se acompañan en su trayecto haciendo de alguna lectura ya sea de periódicos, revistas, libros o incluso repasando textos en sus dispositivos electrónicos –grandes o pequeños-. En este grupo, también es posible identificar a sus exponentes alfa que son nada menos que aquellos que pueden proseguir con sus lecturas aun cuando no van sentados.

Asimismo, otro sector claramente identificable es el de los que optan por tomar un descanso. En el Metro y a cualquier hora es posible encontrar a quienes con el paso de los años han ido perfeccionando su postura de descanso y dominado el arte de dormir profundamente en el trayecto de una manera tan precisa que logran despertar poco antes de llegar a su destino final.

No es difícil imaginar a cualquiera, en uno de los asientos, abrazado a sus pertenencias –bolso, mochila, abrigo- mientras se aleja de la locura citadina para perderse en brazos de Morfeo. No obstante, su grupo alfa -al que denomino los reyes de la siesta- está compuesto por aquellos que dominan el arte de dormir parados dentro del popular transporte colectivo y son ellos quienes ocupan el primer lugar en mi ranking de personas con habilidades increíbles en el Metro.

El muy honroso segundo puesto pertenece al grupo que llamo: masters del equilibrio. Estos sujetos son los que, a pesar de ir de pie, se rehúsan a sostenerse pues tienen la capacidad de mantenerse equilibrados durante todo su trayecto. Nunca caen. Nunca se inmutan. Es como si una vez que atraviesan la puerta del vagón, estuvieran levitando hasta llegar a la estación en la que bajan.

A todos y cada uno de ellos, los observo de reojo tratando de descifrar el truco y aprenderlo. Mientras tanto me conformo ahora con aprovechar de vez en cuando un desayuno improvisado –comprado en alguna esquina o local del Metro- mientras me desplazo a mi destino.