B-SOCIAL, por Brenda Orozco

“No es un buen músico aquel que solo se concreta a tocar bien, es mejor aquel que aprende a compartir con otros lo que sabe”

Israel “Liras” Noriega

La música e internet: dos de las más grandes creaciones del hombre, que desde hace algunos años van afortunadamente de la mano. Cada una, a su manera, ha dejado huella en momentos históricos y juntas han revolucionado nuestra forma de consumir contenidos.

Con motivo del Día del Músico, que se festejó este miércoles, te invito a hacer un pequeño recorrido, desde Napster hasta Spotify, dejando de lado los casetes, los cd, walkman, discman y ya casi de salida los iPods.

Aunque hubo antecedentes de música circulando en internet desde años atrás, Napster, fue sin duda un duro golpe a los autores e intérpretes. En 1999 surgió el sitio de internet fundado por Sean Parker, que distribuía archivos de música en formato MP3, a través de una red P2P (Peer to Peer, donde las PC funcionaban como clientes y servidores). La música circulaba sin restricción y claro sin respetar el copyright. El grupo Metallica se dio cuenta que su sencillo “I disappear” circulaba en Napster ¡y ellos aún no lo lanzaban! Después de ello vinieron múltiples demandas y en 2002 este sitio desaparecería, después de pagar la insignificante cantidad de 26 millones de dólares a los artistas.

Para mi Napster era una leyenda urbana, yo me limitaba a usar Ares, esa magnífica herramienta que me permitía descargar canciones “raras”  y que era el terror de mi madre, ya que me conectaba por módem telefónico y descargar 2-3 canciones implicaba mínimo 30 minutos. También estaba de moda por esos años Kazaa, que funcionaba prácticamente igual.

La dinámica era sencilla: conectarse a internet después de oír ese fastidioso sonido del módem (que seguramente en tu mente estás haciendo) Abrir, desde el acceso directo en tu escritorio, Ares o Kazaa, buscar la canción y esperar, anhelar, que muchos usuarios estuvieran conectados para que se descargara rápido. Luego, abrir el archivo con incertidumbre esperando no estuviera dañado o que tuviera mala calidad; posteriormente “quemarlo” en un disco o guardarlo en la “biblioteca” para reproducirlo en la computadora. ¿Ponerle play en el celular? Ni pensarlo, porque a los dispositivos le cabían de 1-5 canciones.

Steve Jobs vio una gran oportunidad en este mercado y lanzó iTunes, donde podías comprar una canción por una cantidad mínima (99 centavos de dólar) música de manera legal. Esto resultaba innovador porque anteriormente se compraban álbumes completos y en ocasiones sólo te gustaban una o dos canciones, entonces, elegir daba al consumidor un gran “poder”.

De la mano llegaron los iPods, que sustituían los walkman/discman y que contenían tantas canciones como gigas pudieras pagar. Además, podías ver videos y escuchar podcast, sumado a que había iPods de diversos colores y en presentaciones más pequeñas.

Los artistas se dieron cuenta que no era indispensable tener una disquera para triunfar, ya que podían promover su música en línea, en plataformas como Soundcloud y ser conocidos en todo el mundo. Otros optaron por hacer videos y subirlos a YouTube, donde su talento fue descubierto, como el conocido caso de Justin Bieber y cómo no mencionar el Gangnam Style de PSY.

Actualmente, Spotify lleva la delantera en el mercado de música digital, ofreciendo aparentemente de manera gratuita acceso a miles de pistas, sin embargo, la publicidad es lo bastante molesta como para motivarte a que contrates su servicio Premium a la brevedad.

Spotify no está solo. En este momento hay opciones para todos los gustos y la competencia arrecia con opciones como YouTube Music, Google Play Music, entre otros menos populares.

Creo que en este 2016 podemos sentirnos afortunados de tener acceso a grandes autores de todas las épocas y disfrutar de la música que nos hace felices o nos pone melancólicos. Queda en el tintero el tema de los derechos de autor, pero como dirían por ahí, esa es otra historia.

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