DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

A Lenia Ruvalcaba y a todos los atletas de alto rendimiento que viven en el anonimato por falta de recursos y oportunidades.

Si me preguntan, no soy afecta al deporte. Siempre digo que lo gordo tiene más que ver con la alimentación que con el ejercicio físico pero cambio sin dudar mi media hora diaria de cardio por un tamal o un desayuno con harto tocino crujiente. No me resisto nunca al pan dulce y me declaro incapaz de madrugar siempre que pueda evitarlo.

Podríamos decir que el deporte no es una de mis pasiones, salvo cuando hablamos de los Juegos Olímpicos. Hace ocho años, un comentarista de una televisora local –cuyo nombre no mencionaré, porque no quiero hacerle ninguna propaganda- hablaba de la final paralímpica de judo femenil de -70 kilos, donde México y España disputaban el oro. El comentarista anunció el resultado diciendo: otro oro que se le va a México. Es decir, no reconoció que en ese tatami, se había logrado una plata, ni que aquella judoka subiría al podio.

Así que ahora, cuando México se queda lejos del medallero y la gente se centra en criticar su físico, como en el caso de Alexa Moreno, o de decir que hubiera sido mejor que se quedaran en casa, no puedo más que molestarme y mucho. De antemano perdonen si siento que hablo con autoridad sobre el tema. No, no soy deportista. Jamás soñaría con que en mí existe –o existió nunca- la capacidad de ser un atleta de alto rendimiento, pero por los últimos dieciocho años he seguido de cerca la carrera de una que sí lo es.

Ser atleta de alto rendimiento implica mucha fuerza mental, disciplina, constancia. Implica el compromiso constante de superarse a sí mismo. Es una vida de malabarista donde siempre hay que hacer espacio para el deporte, sin dejar de ser hijo, hermano, estudiante, trabajador y hasta padre o madre. Requiere de años de dedicación y de un ejercicio constante frente a la frustración. Cuando eres un atleta de alto rendimiento en busca del sueño olímpico, debes encontrar maneras de financiarte, porque no siempre el atleta o su familia cuenta con los recursos para brindarle el equipo necesario, mucho menos para pagar los viajes a las competencias o eventos de fogueo.

El atleta requiere un esfuerzo constante en todos los aspectos de su vida. Necesita una dieta que le permita mantener su peso y a la vez le brinde los nutrientes adecuados para el desarrollo de su deporte. Ellos no se llenan de tamales ni pan dulce a contentillo como yo, no pueden permitirse ese lujo, porque no dar el peso en una competencia echa por la borda su labor de años.

Su fuerza de voluntad es quizá una de las cosas más importantes a conservar cuando eres atleta. No sólo se trata de practicar el deporte dos o tres veces por semana sino de vivir en torno a él. Iniciar temprano, hacer cardio, hacer pesas, volverte un atleta integral y que el deporte te lleve de seis a ocho horas de entrenamiento diario –sí, diario sin descanso en fines de semana-, al menos en tiempo de competencias.

Ellos no tienen la opción de levantarse tarde de la cama tan seguido como yo, ni de faltar al gimnasio porque sienten que va a darles gripa o porque tienen un cólico. Un atleta sabe que cada acción y cada omisión tendrá un impacto en su vida deportiva.

Y por si esa presión fuera poca, además deben lidiar con todas esas cosas que no dependen de ellos como lesiones que pueden conllevar a cirugías y los caprichos políticos de las autoridades deportivas –para ejemplo está el impacto que las decisiones políticas han tenido en la carrera de Rommel Pacheco-.

He vivido con una atleta que sueña con el oro olímpico desde sus doce años, mi cercanía con ella me ha abierto la puerta a conocer el día a día de otros atletas convencionales y paralímpicos, he visto a los jóvenes vendiendo dulces y haciendo rifas para conseguir dinero y asistir a un evento clasificatorio porque en México, si no tienes una medalla no entras en el presupuesto. He visto a un doble medallista parapanamericano vivir de las monedas que recolectaba en un crucero.

También he compartido el esfuerzo que hacen sus familias, sus entrenadores, psicólogos, fisiatras, amigos, parejas. Y como ellos he escuchado por años las promesas de apoyo que se quedan en el discurso político y la atención fugaz que reciben los atletas por parte de los medios.

Por eso, a diferencia de todos aquellos que critican desde la comodidad de su casa tecleando descalificaciones absurdas y los que se ponen irresponsablemente detrás de un micrófono a descartar el esfuerzo de un atleta porque no ha logrado subir al podio les digo: no saben de lo que están hablando.

Un mundial, unos Juegos Panamericanos y unos Juegos Olímpicos implican el reto de demostrar en escasos minutos lo que se ha venido construyendo en toda la vida. Y el resultado no siempre refleja con justicia el esfuerzo que hay detrás.

Así que, señores atletas, oídos sordos a los detractores. Porque habemos muchos que sin ser deportistas, entendemos su pasión y su sacrificio.

Con medalla o sin ella ustedes nos inspiran y nos enorgullecen.