• Ciudadanos adoptan gallinas y éstas se comen los residuos orgánicos, además de dar huevo y carne.
  • Por Violetta Kuhn (dpa)

El aire huele a ajo y en la olla hierve la comida. Sin embargo, en esta cocina de Alsacia no se está cocinando para personas, sino para gallinas. ¿El plato principal? Basura.

Thierry Remond, criador aficionado del pueblecito francés de Bischwihr, junto a la frontera con Alemania, remueve el contenido de la cazuela. El hombre hace que las gallinas transformen en el jardín los restos de comida y los desechos biológicos en huevos.

Las patatas de la olla son viejas, y el pan de esta peculiar sopa está duro. Además, le añade ajo para proteger a sus gallinas de los parásitos.

Remond y su mujer Christine Wendling son dos de los varios cientos de ciudadanos de Alsacia que han adoptado gallinas gratis para reducir sus desechos. La idea fue de las instalaciones de gestión de residuos de de la ciudad de Colmar, cerca de allí. Desde 2015 se reparten cada año parejas de gallinas a los ciudadanos con los medios adecuados en las localidades vecinas. Ya han adoptado a más de 1.000 ejemplares.

Desde el punto de vista de la ciudad, la iniciativa es todo un éxito: Se estima que las gallinas ya se han comido alrededor de 100 toneladas de basura orgánica, cuenta Laurent Ott, director de las instalaciones de gestión de residuos. Esa cantidad de basura no ha tenido que ser incinerada y así la ciudad se ha ahorrado el dinero que tuvo que invertir en la adquisición de los animales. “Las gallinas son un poco como los cerdos, se lo comen todo”, afirma.

Poco después, las gallinas se agolpan junto al guiso de desechos dentro de su gallinero. Remond también les da cereales mezclados con cáscaras de huevo trituradas para que la cáscara de sus huevos sean más fuertes, explica. Su mujer Christine ha recogido hoy nueve huevos y en los mejores días, incluso hasta 12.

Entre las 22 gallinas que corretean por el gallinero ya no se encuentra ninguna de las que les regaló la ciudad de Colmar. El otoño pasado entró en el corral una marta, mordió a todas las gallinas y se bebió su sangre, cuenta Remond. Más tarde la pareja compró más ejemplares y esta primavera quieren volver a adoptar algunas de la ciudad.

En otras casas tampoco viven ya las gallinas adoptadas, cuenta Ott. Pero quien acoja a los animales, debe garantizar que los mantendrá durante al menos dos años. Para ello se realizan también controles sorpresa. Pero pasado ese tiempo, los dueños puedes hacer con ellos lo que quieran.

Los Mathieu, en el pueblo de Horbourg-Wihr, ya han sacrificado un par de las aves. “Pero yo no fui capaz de comérmelas”, dice Corinne Mathieu, madre de tres hijos. Ahora viven en su jardín delantero nueve gallinas, tres de ellas de Colmar.

“Tuvimos que firmar un certificado de adopción”, cuenta. En el documento la familia se compromete a cuidar bien de los animales. Aquí las gallinas, en lugar de cáscaras de huevo machacadas, reciben conchas de ostras trituradas entre los granos.

Sin embargo, la asociación de protección de animales de Alemania no ve la idea con buenos ojos. Critica que los dueños de las gallinas no están bien formados y que no siempre pueden saber si algunos alimentos son dañinos para los animales. Además, una alimentación basada en los desechos no es buena para las gallinas, sostiene.

La asociación también cree que es un problema que se realicen matanzas caseras sin los conocimientos necesarios. Sin embargo, hasta el presidente francés, Emmanuel Macron, recibió recientemente una gallina en una feria de agricultura en París. Así que es probable que ahora el Palacio del Elíseo también tenga huevos de producción propia.

En Bischwihr, Thierry Rebond y Christine Wendling están emocionados con sus aves de corral. A veces no sabe qué hacer con tanto huevo, dice Wendling. Entonces hace pasta.