Devenires Cotidianos, por Susana Ruvalcaba

Cuando estudié fuera de México hablar de estados fallidos en el extranjero, como latinoamericana no me fue fácil. Los ejemplos eran muchos, la mayoría de Centro y Sudamérica, el resto lo completaba África. De acuerdo a la teoría la historia de cualquier estado fallido usualmente incluye instituciones débiles, ausencia de rendición de cuentas, corrupción, inequidad, falta de acceso a servicios básicos y guerras internas. Bajo este concepto –refutado recientemente- podríamos enmarcar las realidades de Venezuela, Brasil e incluso México.

El neopopulismo ha tenido su mayor auge en Sudamérica, usualmente como la oposición a los gobiernos neoliberales. Hugo Chávez en Venezuela y Lula Da Silva en Brasil, han sido dos de los grandes exponentes de esta corriente. Chávez fue reconocido por reducir la pobreza, impulsar un mayor acceso a la educación y a la salud, reducción del desempleo, crecimiento económico y la equidad de género. Lula, por su parte, es reconocido como el líder que transformó a Brasil en una potencia mundial a través de su política económica.

Los sucesores de dichos mandatarios, sin embargo, no han gozado del mismo éxito. La caída en los precios de los petróleos y la mala gestión de los gobiernos les han pasado factura a ambos, quienes además, carecen del carisma del que Chávez y Lula gozaron al menos al principio de sus encargos.

Sin contar los extensos desatinos de la oratoria de Nicolás Maduro, los venezolanos están cansados de sus intentos de asegurar el poder a toda costa y de la crisis profunda en la que está sumergida la mayoría del país mientras otros grupos se enriquecen. Mientras que a Dilma Russeff le han pasado factura el despilfarro durante la organización de la Copa del Mundo en 2014 cuando el país ya mostraba una economía frágil y el aumento de la desigualdad, así como las acusaciones de corrupción en torno a la empresa Petrobras y la equivocada estrategia de protección hacia su mentor y ex presidente brasileño, Lula Da Silva.

El descontento se ha vuelto evidente, el nivel de aceptación del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela estaba por el 15% -según datos reportados en abril pasado- mientras que el de Dilma Roussef llegó a caer a menos del 10% (previo al proceso de ‘impeachement’ iniciado en su contra). Es decir, en ambos casos prevalece el hartazgo de la población, que busca las herramientas propias del sistema para hacer un cambio –en Venezuela a través del voto se instauró un parlamento opositor y la búsqueda de revocación de mandato a Maduro, mientras que en Brasil se ha hecho a través del proceso de destitución de la Presidenta-.

Como gobierno y sobre todo como ciudadanos, no podemos estar ajenos a las realidades de Brasil y Venezuela y a los paralelismos que se dibujan entre ellas y nuestro país, ya sea en el presente e incluso a futuro. La crisis petrolera ha afectado profundamente la situación económica mexicana –esto sin tomar en cuenta el impacto del crimen organizado-, que aunada a la corrupción se va viendo reflejada en la baja aprobación del mandato del actual presidente. A tres años de su gobierno, Enrique Peña Nieto contaba con un índice de aceptación del 40%, menos de un año después sólo ha mantenido el 30% y al parecer sigue a la baja.

Es claro que una de las principales preocupaciones de la sociedad es la corrupción, muestra de ello, es la iniciativa 3 de 3 presentada en el Senado y avalada por más de 634 mil firmas, la cual ha sido frenada por el PRI y el PVEM, quienes tienen la mayoría de los votos en la Cámara Alta. Sin embargo, el Presidente se ha enfocado en armar un discurso más bien populista promoviendo el uso medicinal y recreativo de la marihuana en abril pasado y con su iniciativa de esta semana para el reconocimiento a los matrimonios gay.

En el contexto actual, dichas acciones por parte del Ejecutivo Federal surgen con el objetivo de ganar el favor y la aceptación de la sociedad y aunque no están de más, no representan una solución sustantiva al descontento nacional. Los ejemplos de Venezuela y Brasil deberían de ayudarnos a replantear las prioridades del gobierno mexicano –especialmente en materia económica y de combate a la corrupción- y llevarnos a reflexionar, sobre qué futuro queremos para México –experimentando en nación ajena, por así decirlo- especialmente ahora, a tan solo dos años del proceso electoral federal.

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Susana Ruvalcaba: Comunicóloga por gusto. Maestra en política pública por afición y maestra en desarrollo y cambio cultural por ventura. Tiene más de tres décadas de edad, cinco canas, y carece de lugar fijo de residencia. En sus horas libres disfruta de la lectura y la reflexión y escribe sus Devenires Cotidianos en Brunoticias.