BIOECONOMUNDO, por Rodrigo Diez de Sollano

Durante las Olimpiadas de Río 2016 las corredoras de los 5000 mts. Nikki Hamblin de Nueva Zelanda y Abbey D’Agostino de los Estados Unidos de América protagonizaron un hecho que ejemplifica lo que se ha llamado el “Espíritu Olímpico”.

En la ronda eliminatoria D’Agostino chocó con otra competidora y cayó junto con Hamblin. D’Agostino se levantó y le tendió la mano a Hamblin para que se levantara, diciéndole que había que continuar la carrera. La dos intentaron seguir corriendo pero D’Agostino volvió a caer por el dolor y ahora fue Hamblin quien se detuvo y la ayudó a levantarse para continuar ambas hasta la meta, llegando en penúltimo y último lugar con el aplauso de todo el público. D’Agostino tuvo que ser retirada en silla de ruedas. Los jueces reconocieron el espíritu deportivo de ambas y les permitieron participar en la ronda final, pero D’Agostino no pudo correr por sus lesiones. Las dos deportistas merecen un reconocimiento por su espíritu deportivo independientemente de no haber ganado una medalla.

Por otra parte tenemos la tendencia (por cierto reforzada por los medios masivos de comunicación) de sobrevalorar el primer lugar. Tal parece que solamente el primer lugar y la medalla de oro tienen valor, cuando las(os) competidores del segundo, tercer, cuarto lugares, etc. han hecho un gran esfuerzo que en muchas ocasiones por diferencias muy pequeñas no obtienen una medalla o no logran la de oro. Tal es el caso de Lupita González marchista mexicana de los 20 km, quien tuvo una diferencia de 2 segundos con la competidora que ganó el primer lugar. Haber obtenido la medalla de plata es un triunfo enorme! y parte fundamental del Espíritu Olímpico implica que “lo importante no es ganar sino participar”.

JURAMENTO OLÍMPICO
Al iniciar los juegos olímpicos un(a) competidor(a) del país sede, en representación de todos los(as) competidores(as) presenta el juramento olímpico. El atleta, del equipo del país organizador, sostiene en una esquina la bandera Olímpica mientras lee el juramento, que dice:

“En nombre de todos los competidores, prometo que participaremos en estos Juegos Olímpicos, cumpliendo y respetando con sus reglamentos, comprometiéndonos a un deporte sin dopaje y sin drogas, con verdadero espíritu deportivo, por la gloria del deporte y el honor de nuestros equipos.”(1)

Un juez, también del país organizador, dice algo parecido, pero adaptado a sus labores. Y desde Londres 2012 un entrenador también presenta su propio juramento.

¿A QUIEN REPRESENTAN LAS(OS) COMPETIDORAS(ES)?

Desde los juegos olímpicos de la antigüedad, durante los cuales se suspendían las guerras, los competidores representaban a sus respectivas ciudades a las que daban gran prestigio ganando las competencias. Los juegos olímpicos de la era moderna no lograron detener ni la Primera ni la Segunda Guerras Mundiales, pero si generaron un desarrollo importante del deporte como parte de la vida moderna.

Ahora los(as) competidores(as) representan a sus respectivos países y en los estadios se izan las banderas y se entonan los himnos de los países ganadores, generando gran orgullo nacional y en muchos casos los triunfos han sido utilizados como parte de la propaganda en favor de determinados regímenes políticos.

Pero cada día es más frecuente que los(as) competidores(as) son originarios(as) de otro país y habiendo emigrado se nacionalizaron en el país que los acogió, tal es el caso de Kevin Chávez Banda, clavadista de origen mexicano, compitiendo bajo la bandera de Australia. También de Mo Farah, somalí nacionalizado británico y de muchos otros atletas que reciben tratos muy favorables de países ricos y quienes no tendrían oportunidades de desarrollo deportivo en sus respectivos países de origen.

¿Qué sentimientos encontrados tienen los(as) atletas triunfadores(as) al escuchar el himno nacional de su país natal o de su país adoptivo? Además del significado humano de haber triunfado frente a los mejores atletas del planeta, el(la) competidor(a) olímpico(a) se enfrenta a las expectativas que ha generado en su país de origen y/o su país de adopción. Por ejemplo Orlando Ortega, cubano de nacimiento y nacionalizado en España, compitió en Río 2016 en la carrera de 110 mts con vallas ganando la medalla de plata. Al terminar la carrera le ofrecían la bandera de Cuba para celebrar su triunfo, pero no la aceptó porque él buscaba la bandera de España, la cual finalmente encontró. Lo que también encontró fue la crítica de los incondicionales del régimen cubano, quienes lo llamaron “traidor” y “gusano”.

A final de cuentas, ¿los triunfos pertenecen a un país o a un atleta en particular? ¿Que sucedería si los triunfos de un(a) atleta le fueran reconocidos como “ciudadano(a) del mundo” sin tomar en cuenta bajo cual bandera compita? Esta forma de valorar los triunfos estaría más cercana al Espíritu Olímpico y a la unión y amistad que promovía Pierre de Coubertin…

Y ahora ha surgido otra amenaza al Espíritu Olímpico que es la “apropiación” de las competencias deportivas que han hecho las empresas fabricantes y comercializadoras de artículos deportivos, al sustituir el financiamiento público con los recursos privados. ¿Cuánto tiempo pasará para que veamos a las marcas comerciales sustituyendo a los países? y en lugar de nacionalismos, tendríamos “lealtad a una marca” lo que sería una catástrofe para el “Espíritu Olímpico” sustituyendo con mercenarios a los “deportistas ciudadanos del mundo”.

Autor: Rodrigo Diez de Sollano

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Fuentes de Información

1. Comité Olímpico Internacional (COI)