DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

No soy nadie para juzgar. Me he enamorado muchas veces. Algunas fueron aciertos, las otras fracasos y las peores conllevaron consecuencias terribles que tardaron en sanar, asumiendo la actitud positiva de que ya lo han hecho.

Un amigo me cuenta la tortuosa relación que ha vivido en el último año. Cada que le pregunto ¿por qué sigues ahí, por qué permites todo esto? Su respuesta es la misma: me enamoré. Y me mira como esperando encontrar un poco de empatía y segundo después me mira como si fuera yo un ser indolente que jamás ha experimentado ese sentimiento. Su estado me parece más necio que idílico.

Esa misma semana otro amigo me cuenta su predicamento. Conoció a esta mujer por internet, tras cinco días y tres horas al teléfono ha llegado a la fatídica conclusión de que está enamorado de ella pero ella no corresponde a la intensidad del sentimiento y el decide que debe poner distancia. Este enamoramiento lo ponía en franca desventaja. Ya está enamorado y se da cuenta del peligro que corre de que el enamoramiento se afiance más y más conforme avance su trato con la susodicha. Con ella o lejos de ella, ha decidido que sufrirá por amor.

Me veo algo carente de empatía y repaso algunos enamoramientos fatídicos, violentos y otros más cotidianos y menos vibrantes en mi vida, pero no logro comprender el hecho de ser una víctima del amor.

La kamikaze perspectiva de mis amigos sembró la duda en mi cabeza. ¿Es el amor un destino fatídico del que no podemos escapar, algo absolutamente externo que simplemente interiorizamos, un sentir sobre el que no tenemos control ni freno?

“Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiese elegir el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio” dice Cortázar. Para él, el amor es algo que nos ocurre, así, por sorpresa, algo que no depende de nosotros.

Ya en algún momento Xavier Velasco hacía referencia a este asunto de ser víctimas del amor explicando como el término anglosajón para el enamoramiento falling in love, cayendo en el amor, resultaba mucho más gráfico. Nos enamoramos, caemos en el amor de manera irremediable. El amor nos golpea cual rayo -como dice Cortázar- de manera caprichosa sin que tengamos control al respecto, es el amor un estado en el que nos encontramos para bien o para mal pero sin que nuestra voluntad juegue un rol en la ecuación más allá que el de aceptarlo.

Pero dejando de lado la visión romántico poética fatídica, ¿es posible elegir el amor?

Es posible, me responde otro amigo. Estamos condicionados al amor, a la búsqueda de la pareja. Eso es lo que nos marca la sociedad. Pero de alguna manera, consciente o inconsciente, elegimos enamorarnos. Más allá de la parte química y de la fisiológica, hay una serie de valores, virtudes, características que buscamos en una posible pareja. Y cuando nos enamoramos damos por hecho que esa persona las tiene –ya sea porque de verdad están presentes o porque nos imaginamos que lo están- y entonces decidimos enamorarnos.

Para este último amigo, el enamoramiento inmaduro es aquel que nos llega de pronto, sin que logremos entenderlo y racionalizarlo, el que nos golpea como el rayo o nos hace caer en sus redes. Sin embargo, es la experiencia y la madurez la que deben de permitirnos decidir cuándo enamorarnos y cuándo no. Racionalizar el proceso conforme ocurre y decidir si cruzar al punto sin retorno del enamoramiento o simplemente evitarlo.

O quizás nos adentramos al mundo del enamoramiento siempre de manera consciente, pero resulta más cómodo pretender que es algo que no está en nuestras manos, que no es una decisión que tomamos y por lo tanto no estamos obligados a sufrir las consecuencias. Un poco tal vez, como pasa con los borrachos, que justifican su comportamiento diciendo que es culpa del alcohol, sin recordar que estaban sobrios cuando decidieron empezar a beber.