EL COSTO DE SER Y VIVIR INDEPENDIENTE

Devenires Cotidianos por Susana Ruvalcaba

Hay quienes sueñan por mucho tiempo con lograr su independencia de la casa paterna. Otros en cambo, simplemente esperan estar listos para cuando llega el momento de abandonar el nido familiar. Aunque anteriormente esta migración de hogar se daba cuando el hijo contraía matrimonio y se iba a formar su propia familia, en nuestros tiempos, el cambio de estado civil ya no es una de las principales razones.

En mi caso particular, la primera vez que salí de la comodidad del hogar que mi madre administraba, implicaba mudarme de país. Así pues, al reto de estudiar un posgrado en un idioma diferente al mío y en una cultura con la que estaba menos familiarizada de lo que creía, se sumaba la tarea de ser independiente.

Lo más práctico en ese entonces parecía vivir en el campus de la universidad. Resultaba un poco más económico, accesible y seguro. Mi nueva casa era un departamento de cuatro recámaras y dos baños, mismo que compartía con cuatro chicas, todas de ascendencia china. Mi segundo hogar en ese país fue un departamento de dos recámaras que en principio compartí con una chica taiwanesa y una amiga mexicana. Y años después me vi viviendo en casa de una familia Australiana en la que los inquilinos cambiaban con regular frecuencia.

Cuando se vive de manera independiente uno tiene que encontrar la manera de hacerse cargo de sus cosas y gastos personales. De lavarse y plancharse su ropa, de surtir la despensa, de hacerse de sus alimentos –comprados o cocinados-, de mantener el orden y la limpieza.

Pero además, cuando se decide vivir con otras personas, se requiere de un triple ejercicio: el respeto, la tolerancia y la capacidad de adaptación. A diferencia de la casa de nuestros padres, en donde siempre ha habido un orden preestablecido –incluso desde que nosotros mismo naciéramos-, la convivencia con otros es un proceso de constante negociación en la que no contamos con un juez que determine quién tiene la razón.

Con las chinas, por ejemplo, me causaba molestia que el baño estuviera sucio o los trastes sin lavar, acumulados en el fregadero, mientras que en otras ocasiones, el hecho de que mi comida desapareciera sin previa explicación me resultaba frustrante. Y mi tolerancia no alcanzaba para soportar aquellas fiestas de música y alcohol que se extendían hasta altas horas de la madrugada durante cualquier día entre semana, sólo porque sí.

Aunque claro, el hecho de compartir con alguien no tiene sólo aspectos negativos, siempre es un alivio contar con alguien que abra la puerta cuando a uno se le ha olvidado la llave o tener a quién pedirle un favor –que haga alguna compra, que nos recoja la ropa de la tintorería, que saque la basura-.

Y el mejor de todos los aspectos es el hacer nuevos amigos y cómplices, una nueva familia que siempre nos hará valorar aquello que tuvimos en nuestra casa.