El acoso no tiene género

DEVENIRES COTIDIANOS, por Susana Ruvalcaba

Grandotas aunque me peguen es quizá uno de los “piropos” –así, entrecomillado- que más he escuchado a lo largo de mi vida. Las mujeres crecemos así, en un mundo donde nuestros atributos son percibidos y verbalizados por cualquiera. Una no tiene más remedio que acostumbrarse a los incontables mamacita y mi reina, que acompañan cualquier recorrido por la calle, de casi cualquier ciudad mexicana.

Desde halagadores hasta grotescos, los piropos nos pueden llegar a parecer a veces hasta graciosos. Y cada una, a su manera le va haciendo frente a esta expresión cultural, aprendiendo a no enojarse o a divertirse un poco con ella. Total, son palabras y es mejor hacerles oídos sordos.

Sin embargo, cuando se trata de aproximaciones y de personas invadiendo nuestro espacio íntimo así nada más por darse gusto, la cosa cambia.

La primera vez que un tipo se me restregó con destajo ocurrió en el transporte público. Cursaba la secundaria y por alguna razón había tenido que tomar el autobús –cuando lo usual era que mi papá me llevara-. El tipo decidió pararse al lado de mi asiento –aunque casi todos los asientos estaban vacíos- y restregar su entrepierna contra mi hombro, a lo que yo respondí con un movimiento rápido que terminó golpeando sus genitales con mi pesada mochila. Entonces, a manera de derrota, bajó del autobús.

Me atrevo a decir que las historias de este tipo no le son ajenas a ninguna mujer. En aquellos años, mis compañeras contaban las ocasiones en las que algún desconocido las tocaba por la calle o exhibía su pene a las féminas que se le cruzaran por enfrente. Quizás ninguna sufrió un trauma permanente, pero sí un susto y un disgusto que no tenían razón de ser.

Después llega la edad –cada quien tiene la suya- en la que los acosos se multiplican y una modifica sus hábitos de acuerdo a la experiencia. Aprendí que en Guadalajara no puedo usar los shorts que me eran tan cómodos y necesarios en el verano de Dallas. Que las faldas las prefiero no tan cortas, especialmente cuando es necesario evacuar la oficina a causa de algún temblor en la Ciudad de México. Que los tacones no son el mejor calzado para subir al metro donde la gente termina embarrándome la cara en los pechos cada que hay empujones.

Sería mejor que, como mujeres no tuviéramos que sufrir por estas conductas, pero ante la realidad –que no cambia- nos adaptamos y aprendemos. Aprendemos a no llevar un escote demasiado pronunciado en el trabajo, a no pararnos solas y de noche en las esquinas, a no sonreír de más para no ser malinterpretadas y  a subir de peso para evitar atraer miradas innecesarias. Cada una, aprende a su manera, y soluciona el problema como puede.

Pero los hombres, los hombres no saben, no aprenden. Este tipo de cosas les pasa tan poco que parece que no se enteran. Un amigo me contó alguna vez que su jefa le coqueteaba y de vez en cuando lo arrinconaba físicamente en la oficina, cuando nadie los veía, como esperando que la besara. En su mente, no concebía la posibilidad de estar siendo acosado.

Cuando se sienten agredidos físicamente, tampoco saben muy bien cómo responder. Otro amigo me contó que leía mientras viajaba en autobús y sentía empujones constantes de parte de una mujer que estaba detrás de él. Pensó que el autobús estaba repleto y que los empujones eran parte del trajín natural. Sin embargo, cuando levantó la vista para pedir la parada, se dio cuenta de que el autobús no estaba lleno y que la chica le había estado acercando el cuerpo de manera consciente todo el tiempo.

Alguien más me dijo que cuando viajaba en el metro, sujetado del tuvo superior con ambas manos, había quedado de frente a una señora, quien durante el trayecto completo le veía de arriba abajo, deteniendo los ojos por segundos en su entrepierna. Situación que lo hizo sentir sumamente incómodo. Para su mala suerte, en una ocasión posterior, cuando viajaba en un vagón repleto de varones, uno de ellos tuvo la osadía de presionarle la zona genital con la mano. Situación que, lejos de generar indignación a quienes la escuchan, provoca risa.

Habrá quien lo dude, pero los hombres también sufren acoso sexual, aunque no lo asimilen o simplemente se avergüenzan de él. No lo cuenta y mucho menos lo denuncian. En México, se estima que hay un 8% de varones que son víctimas de acoso en el trabajo, cuyos acosadores son otros hombres o mujeres de rango superior al suyo.

Es importante que vayamos haciendo consciencia. A la fecha, la Procuraduría General de Justicia de la CDMX ha abierto 201 carpetas de investigación relativas a acoso en transporte colectivo y espacios públicos, de las cuales 198 fueron denunciadas por mujeres y sólo 3 a hombres.

El acoso es cosa seria y también deberíamos de promover su prevención, identificación y denuncia por parte de los hombres. Especialmente por quienes lo hemos vivido, porque el respeto al cuerpo ajeno, es la paz.