DEVENIRES COTIDIANOS
Por Susana Ruvalcaba

Mi primer acercamiento a Cuba fue a través de su ciudad capital: La Habana. Era principio de mayo y el calor húmedo se dejaba sentir con fuerza en el aeropuerto. Durante el largo rato que esperé a que salieran mis maletas, noté que los oficiales, vestidos en uniforme verde olivo eran para mi sorpresa más toscos que amables. Pasar migración fue una experiencia incómoda donde las preguntas eran hoscas y las instrucciones tenían un marcado tono militar.

Ya fuera del microcosmos aeroportuario, La Habana, Cuba tiene una belleza un tanto melancólica que habita en los edificios viejos de fachadas desteñidas, en sus autos de los cincuentas que a falta de refacciones siguen circulando por obra y gracia de la creatividad de sus dueños. Hay algarabía. Casi siempre, a toda hora encuentras gente en la calle. La calle Obispo –que hospeda parques, tiendas de conveniencia y restaurantes- es de la más transitadas en La Habana vieja y quizás una de las más importantes.

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En Cuba nunca falta la música, el café y el tabaco. Es común encontrar locales pequeños donde venden minúsculas tacitas de café cargado y azucarado a uno o dos pesos cubanos –equivalentes a unos setenta y cinco centavos de peso mexicano-. También son populares los sitios de pizzas o los que ofertan la versión local de comida china. Una franquicia llamada La Casa del Chocolate y muchos sitios históricos que visitar: el Capitolio, la plaza de la Catedral, el Malecón, la Casa de Agua La Tinaja y el Camera Oscura por mencionar algunos.

Sin embargo, la cercanía con mis anfitriones me permitió entender el contexto cubano de una manera más profunda que aquella que experimenta un turista cualquiera. La educación y la salud del país son reconocidas internacionalmente, pero los jóvenes con los que conversé, habían decidido dejar la escuela y no buscar trabajo. ¿Para qué?, me preguntaban. Si las jornadas son pesadas y la paga poca (entre 15 y 20 dólares mensuales).

Entre las cosas que observé en Cuba me pareció curioso que aún en su esquema socialista, entre los cubanos existe una extraña necesidad de manifestar su estatus. Dicho deseo se expresa por igual en hombres y mujeres mediante el uso de bisutería. Dientes de oro, anillos y cadenas gruesas en color dorado en los hombres o la necesidad de celulares tan modernos como los que se encuentran aquí en México –aunque allá sea mucho más limitado el acceso a internet-. La ropa es también un ejemplo claro. La vestimenta con estilo de reguetonero está ampliamente difundida entre la juventud varonil.

Las mujeres, en cambio, optan por perfumes, maquillaje y uñas postizas recargadas de adornos para hacer evidente su superioridad económica. Y en cuanto a la manera de vestir, las medias, particularmente las de red con diseños variados, son un común denominador en las oficiales, un accesorio infalible bajo sus faldas –sorprendentemente- cortas en color verde olivo, aunque el calor caribeño sea húmedo y rebase los treinta grados centígrados.

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En general y con contadas excepciones, la gente sueña con salir –aunque tampoco tenga una idea clara de cómo se vive afuera, en el capitalismo-. Hay quienes se valen de su talento artístico, deportivo o científico para migrar. Otros apuestan al amor, a encontrar en uno de esos turistas su salvoconducto para abandonar la isla o que, mientras tanto, el extranjero subsidie de alguna manera su vida ahí –mediante envíos de dinero, compra de cosas o visitas de los enamorados que son necesariamente paseos todo pagado para el cubano-.

La gloria de la revolución está plasmada en monumentos, carteles, pinturas que cubren muros grandísimos, no así en la gente. En aquel viaje noté escasez, no sólo para el nacional sino también para el turista –un suplicio encontrar pasta de dientes o toallas sanitarias en la ciudad-. Más de una vez me dieron mal el cambio en alguna compra y no faltó quién, por el simple hecho de escuchar mi acento mexicano, viniera a pedirme algo –ropa, jabón, comida, dinero- tras explicarme lo difícil que estaba la situación en el país.

Actualmente Cuba vive muchos cambios. Desde la flexibilización de los Estados Unidos de América sobre las restricciones comerciales y de viaje a la isla, hasta la visita del Papa o más recientemente el concierto de los Rolling Stones. Estos hechos parecen prometer un futuro distinto para los cubanos. Mientras que el país le apuesta a lo que lo ha mantenido económicamente a flote desde antes de la revolución: el turismo.

A diferencia de lo que ocurría hace apenas cuatro años, quien visita Cuba hoy puede subirse a taxis modernos e incluso alquilar autos lujosos que conviven a la par con aquellos viejos modelos que han sobrevivido más de media década sin extinguirse. Las tiendas de conveniencia se han multiplicado y en ellas es posible encontrar prácticamente de todo –no necesariamente a precio accesible-.

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Las fachadas visten colores nuevos, las calles y las plazas están remozadas y una aún tímida versión del capitalismo se va apoderando del ambiente y materializándose en el rápido incremento de hostales –adaptados en casas particulares- y restaurantes a lo largo y ancho del país y la transformación de inmuebles antiquísimos –comprados por extranjeros- en plazas comerciales con tiendas de marcas exclusivas enfocadas a vender a los visitantes y no a los oriundos de esa tierra.

No creo que nadie sepa de cierto qué futuro le está deparado a esa isla que se mueve al ritmo de tambores y al calor del ron y del café y que ha hecho vibrar con su belleza, detenida y empañada, a quienes alguna vez pisamos ese archipiélago antillano.

Parece que Cuba, el último país de resistencia socialista, se entrega en cuerpo y alma -a marchas forzadas- al mercantilismo capitalista. La pregunta que queda en el aire es: ¿traerá este nuevo modelo económico, controlado por el estado, beneficios reales para el pueblo cubano?
Habrá que ver.