Por: Eric Rafael Ramírez Basurto

 

Este 5 de febrero de 1917, la Constitución Política de los Estados Mexicanos cumple un centenario de su promulgación. El contexto político, social y económico que entonces vivía nuestro país era muy distinto a la actual realidad nacional. Por ello la pregunta: ¿tenemos algo que celebrar?

Recordemos que para plasmar en normas jurídicas “la voluntad nacional”, después de la Revolución Mexicana, Venustiano Carranza convocó un Congreso constituyente cuya encomienda era reformar la Constitución de 1857, buscando la legitimidad del movimiento armado que encabezaba, Congreso al que sólo fueron convocados quienes “no eran enemigos de la Revolución”; ya que muchos mexicanos ilustres habían abandonado el país durante la lucha armada y sólo varios lustros después de la expedición de la Constitución regresaron pero no a sumarse al proyecto emanado de ella o lo que dicho de otra manera: la actual Constitución solo es el reflejo de una facción Revolucionaria que impuso su voluntad política y jurídica a toda una nación.

Entre otras cosas este Centenario subraya también la condición de recordar que nuestra Carta Magna es una de las Constituciones Políticas más longevas del mundo, apenas unas cuantas, entre ellas la de Estados Unidos de América (que data del año de 1787), la superan en antigüedad, puesto que la gran mayoría de las Constituciones del mundo son posteriores a la segunda guerra mundial y aunque conserva su estructura y lineamientos básicos, desde su promulgación y hasta la fecha, más de seiscientos cambios entre reformas y adiciones han alterado sustancialmente su contenido trastornando significativamente el texto aprobado entonces.

La Constitución de 1917 en su versión primera, ofrecía una combinación de varios modelos de Estado que proceden de diversas épocas, y tienen una concepción distinta no sólo sobre el Estado, sino también sobre el ejercicio del poder. En ella se puede identificar la presencia de tres modelos de Estado: liberal, central y social, el primero, o sea, el liberal, representado por una parte significativa de su antecesora, la de 1857, de corte liberal y origen del modelo “fundador”; el segundo, o sea el central, se configura con elementos de tipo autoritario, que es la forma en que se ejerció el poder entre 1874 y 1912, reformando la Constitución liberal para fortalecer los poderes federales y presentar a la federación como la protagonista principal del desarrollo económico, político y social del país; y por último, el social, que comprende principios emanados de las demandas de este tipo y que buscan ampliar las bases sociales del Estado surgido de la Revolución sin desarticular el perfil autoritario que caracteriza al modelo central.

Se ha dicho que el Constituyente de 1917 entendió que la carta que habría de producir no sería un documento normativo encaminado a regir la vida política y jurídica de una sociedad sino que se trató más bien de generar una fórmula simbólica para orientar el desarrollo nacional y lograr los amarres necesarios para establecer las bases sociales para mantener al “partido oficial en el Poder”, por ello la imposición de conmemorar cada año su promulgación como si se tratara de un acto aclamado por el pueblo.

Por el contexto en el que se dio y por sus resultados, la Constitución de 1917 fue un producto “híbrido” entre el espíritu liberal masónico y el restaurador consecuencia del movimiento revolucionario. Pese a todo, en este largo periodo, con muy numerosas reformas, ha sido la cabeza del sistema jurídico mexicano.

Sin embargo no hay nada que celebrar cuando nuestro futuro no se ve con claridad pues ni se ha logrado constituir realmente un Estado de derecho, ni se acortaron las desigualdades sociales que llevaron al movimiento armado de 1917; ni se ha alcanzado un desarrollo equilibrado.

No hay nada que celebrar cuando México ha luchado por tener arraigo constitucional, pero no lo ha logrado. Sólo así podemos explicarnos como, desde que nacimos como nación independiente, hemos tenido al menos 10 documentos que han fungido como Constitución, mientras que países como Estados Unidos, sólo uno.

No hay nada que celebrar cuando la Constitución solo es vista por los políticos como un bello ideal en el anecdotario histórico, no como un instrumento de gobierno.

No hay nada que celebrar porque la sociedad mexicana no aprecia ni conoce su Constitución. Según una reciente encuesta realizada por Demotecnia sólo el 4% de los mexicanos considera que nuestra Constitución sigue siendo adecuada para nuestros tiempos, y sólo el 9% afirma haber leído “alguna parte”. Lo anterior nos habla no sólo de una Constitución devaluada, sino de una sociedad lejana a la cultura de la legalidad.

No hay nada que celebrar porque en el contexto de la nueva realidad social en nuestro país y en el mundo y ante la crisis generalizada en México, que tiene expresiones concretas en la inseguridad, la delincuencia organizada, el narcotráfico, la impunidad, la corrupción la pobreza, el desempleo y el cinismo de la clase política, se considera como impostergable la necesidad de una nueva Constitución Política que de fin al gobierno de unos cuantos para unos cuantos; y que deje atrás al vigente orden jurídico lleno de contradicciones y de instituciones ineficientes, para arribar así aun orden jurídico identificado con el derecho y sus valores, con la justicia y la seguridad jurídica, con el orden jurídico generador de instituciones caracterizadas por la eficiencia y transparencia, entonces y solo entonces tendremos mucho que celebrar.

*El autor es Abogado y maestro en Finanzas; Catedrático de la Universidad del Valle de Atemajac Plantel La Piedad y Consejero de la Cámara de Comercio de La Piedad, Michoacán.