• Invitado por el Instituto de Culturas Americanas Antiguas, el arqueólogo José Luis Punzo brindó una síntesis de los más de 12 mil años de historia humana en Michoacán.

Más de 12 mil años de historia prehispánica, desde los primeros grupos de cazadores-recolectores de los que se tiene noticia habitaron en lo que hoy es el territorio de Michoacán, hasta el complejo y sólido señorío tarasco que dominó la región entre los siglos XV y XVI, fueron analizados en una conferencia virtual brindada al Instituto de Culturas Americanas Antiguas (ICAA) de Cataluña, España, por el arqueólogo José Luis Punzo Díaz, investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

En el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, el investigador del Centro INAH Michoacán señaló como primer apunte, la ubicación privilegiada del territorio michoacano en Mesoamérica, misma que ha favorecido su continua y milenaria ocupación.

Se trata, explicó, de un territorio megadiverso, bordeado al norte por el río Lerma y al sur por el río Balsas, con una gran cantidad de lagos, recursos mineros, acceso a la costa y, en general, con condiciones climáticas y geográficas que facilitan el manejo de la tierra y el establecimiento de grupos humanos.

“Michoacán es además un ‘territorio bisagra’ entre los desarrollos culturales del centro y las zonas occidental y norte de lo que hoy es México”.

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Con este preámbulo, Punzo comentó al público catalán que uno de los sitios más tempranos reportados en Michoacán, es la llamada Cueva de los Hacheros, ubicada en el municipio de Turicato, en la cual, pese a un saqueo que llevó a la denuncia ciudadana ante el INAH, se localizaron entierros de aproximadamente 24 individuos, materiales como metates, hachas de piedra pulida, vasijas de barro, puntas de proyectil y cuchillos ceremoniales.

Para esta cueva, los análisis en laboratorio han brindado fechamientos que anteceden en 12,000 años a nuestra era. Incluso, agregó Punzo Díaz, se localizaron vestigios de fauna extinta como el Capromeryx, un venado enano que vivió en América durante el Pleistoceno.

El recorrido del arqueólogo prosiguió por otros sitios como el denominado Cerro de los Chichimecas, en las cercanías del municipio de La Piedad, cuya ocupación se remonta al periodo Epiclásico (650-900 d.C.), así como de otros poblados que, finalmente, derivaron en una síntesis de lo que fue el señorío tarasco, la fuerza política más importante del Posclásico en Michoacán (900–1521 d. C.), la cual rivalizó con la poderosa Triple Alianza del centro de México.

Nuevos enfoques de investigación

La conferencia de José Luis Punzo, La arqueología en Michoacán, llevó como subtítulo la frase de “Viejos problemas, nuevos datos”, referente a cómo mediante nuevas tecnologías de exploración como el LIDAR (siglas en inglés de Light Detection and Ranging), o bien a través de exámenes de ADN a elementos óseos, hoy se responde a preguntas que fueron planteadas hace décadas por quienes iniciaron la arqueología michoacana.

El investigador del Centro INAH Michoacán comentó que desde los años 30 del siglo pasado, instituciones norteamericanas y europeas abrieron diversos frentes de exploración en los poblados prehispánicos michoacanos.

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A esas expediciones internacionales, rememoró, se sumaron también iniciativas por parte del gobierno mexicano. Un ejemplo fue la comisión que por instrucciones del general Lázaro Cárdenas, encabezó Alfonso Caso, en 1937, para iniciar el estudio profesional y sistemático de la capital tarasca de Tzintzuntzan.

De este modo, las hipótesis dejadas por aquellos pioneros, hoy se comprueban o rebaten mediante el uso de la tecnología. Un ejemplo, dijo, está en la Zona Arqueológica de Tingambato, particularmente en una tumba localizada en los años 70 y de la que aún hoy se sigue especificando el número de individuos depositados –los cálculos mínimos señalan 50 y los máximos pasan del centenar– de la cual se tenía la teoría, propuesta por Román Piña Chan y Kuniaki Ohi, de que aquellos humanos fueron víctimas de un gran sacrificio.

No obstante, una de las vertientes a las que parece llevar el estudio de ADN de aquel conjunto de huesos humanos, es que no se trataría de un osario sacrificial, sino de una tumba real que fue usada en distintos momentos históricos para depositar allí –al hasta ahora desconocido–­ linaje que gobernó Tingambato.

Las futuras investigaciones, concluyó Punzo, las cuales tendrán lugar después de la contingencia sanitaria por COVID-19, volverán a contextos arqueológicos específicos de Tingambato, Tzintzuntzan y de la Cuenca de Cuitzeo, entre otros sitios michoacanos.

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