BIOECONOMUNDO, por Rodrigo Diez de Sollano Elcoro

Al terminar el Camino de Santiago y entrar a la catedral de Santiago de Compostela, observar el incensario gigantesco llamado “Botafumeiro” echando bocanadas de humo y ese lugar compartir con otros peregrinos-caminantes la emoción de haber pasado una prueba difícil en ciertos momentos, extenuante en otros, contactando con mi yo interior y con el Creador en otros, doy gracias y siento gran alegría por haber sido capaz de lograrlo

Existe un sentimiento de camaradería, casi de complicidad entre los caminantes agotados que estamos sentados en las bancas de la catedral de Santiago o al encontrarnos en las calles de Compostela. Muchos vamos a obtener el certificado de haber realizado por lo menos una parte del Camino, le llaman la “Compostela”, que desde luego tendrá un lugar especial entre mis tesoros personales…

Poco a poco vamos “aterrizando” estas emociones y también vamos descubriendo que nos duelen músculos y coyunturas del cuerpo que ni siquiera sabíamos que existían. Recordando los momentos en los que dejamos una piedra en alguna de las mojoneras que marcan el Camino de Santiago. Piedras que representaban cosas, emociones o sentimientos que vamos cargando por la vida y que decidimos dejarlas atrás, de una vez por todas.

El regreso a la vida diaria es un poco lento, como los pasos adoloridos que damos al caminar por las calles de Compostela y posteriormente de nuestra propia ciudad de origen. Pero es un dolor que nos ayuda a recordar lo nos propusimos hacer, a dejar de hacer o a poner en práctica cuando dejamos alguna piedra a lo largo el Camino.

Cuando el tren se aleja de Galicia nos quedamos con el propósito de regresar pronto…