• Por Tatiana Rodríguez (dpa)

Bogotá, 20 jul (dpa) – Los dividendos que el comercio del café genera anualmente en el mundo llegan a los 200.000 millones de dólares aproximadamente. Sin embargo, el próspero negocio no es igual para todos los eslabones de la cadena cuya base campesina sigue sumida en la pobreza, la explotación y el subdesarrollo.

La concentración de ganancias en multinacionales de países como Estados Unidos y miembros de la Unión Europea, que también son los principales consumidores de café en el mundo, es considerada para muchos como un modelo “neocolonialista” difícil de tumbar.

La ecuación resultaría fácil para cualquier experto debido a que en teoría un mayor precio daría mucha más ganancia. No obstante, en la práctica, las diferencias siguen siendo abismales.

En el Convenio Internacional del Café celebrado en Nueva York en septiembre de 1983 productores y compradores acordaron “para evitar el desequilibrio” en la cadena un precio mínimo de 1,20 dólares por libra y máximo 1,40 dólares.

Traducido a la actualidad y ajustado a las tasas de inflación, ese precio debería estar casi 35 años después entre 2,95 y 3,44 dólares por libra, no obstante, hoy es de 1,35 dólares.

El aumento de escasos centavos en el precio final de la bebida sería una posibilidad para lograr que al menos 25 millones de familias caficultoras en Latinoamérica, África y Asia salgan de la pobreza.

Las diferencias se pueden confirmar en cualquier “coffee shop” de Alemania, Nueva York o París, en donde el consumidor final paga en promedio tres dólares por taza, mientras que por un kilogramo del grano, que contiene cerca de 60 pocillos, se paga al caficultor en promedio 2,50 dólares.

Por esa razón, el director de la organización “Café For Change (CFC)”, el activista guatemalteco Fernando Morales, cree que el modelo “neocolonialista” es evidente en el sector cafetero debido a que “el negocio no les deja a los productores ni siquiera dinero para que sus hijos vayan a la escuela”.

“Es neocolonial porque no se acomoda al comercio del siglo XXI, en el que se puede negociar a un precio con el comprador, se puede tener algún tipo de financiamiento y se establece una relación estable de compra”, explicó Morales a dpa.

Además, el ex periodista criticó la forma “egoísta” como algunos países consumidores, por ejemplo Alemania, cobran un impuesto a las compañías por convertir el café en sus territorios sin beneficiar “en nada a los caficultores”.

Otro convencido de que un aumento en el precio de cada taza de café podría generar grandes cambios es el premiado economista Jeffrey Sachs, quien participó en el Primer Foro Mundial de Productores de Café que se realizó la semana pasada en Colombia.

Para el ex director del Fondo Monetario Internacional, asesor de Naciones Unidas y defensor del desarrollo sostenible, “cinco centavos de dólar podrían hacer que los productores recibieran un poco más”.

“Si los consumidores pagan cinco centavos más por taza de café, los productores recibirán el doble de lo que reciben hoy. Un ligero aumento para los consumidores significaría un gran aumento para los productores. Ese es un comercio justo”, sostuvo el autor de “El fin de la pobreza”.

Aunque Morales apoya lo expuesto por Sachs, considera que el aumento debe ser de al menos 10 centavos por pocillo. Según él, solo de esa forma se garantizaría que por cada kilogramo vendido el productor reciba directa o indirectamente 12 dólares más.

“Este modelo real de valor compartido se podría implementar a través de fundaciones establecidas con límites en los costos de operación que se encarguen de llevar con trazabilidad desarrollo a las zonas productoras y le garanticen el pago mínimo directo de seis dólares por kilogramos vendido a cada campesino”, reiteró.

Por su parte, el gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, Roberto Vélez, dijo que una de las principales conclusiones del Foro fue justamente iniciar un trabajo en bloque entre países productores y consumidores para disminuir esas brechas.

Vélez instó también a los presidentes de Centro y Sudamérica a seguir apoyando con políticas “reales” a los productores del café de manera que no se vea afectado el comercio y sí se generen beneficios para el campesino.

De acuerdo con la Organización Internacional del Café (OIC), el salario que recibe un caficultor en el mundo no llega a los 300 dólares mensuales, un ingreso “precario” que viene acompañado en la mayoría de casos de desprotección social básica e inestabilidad laboral.

Por ésto, el empresario Jairo Chamorro, quien se dedica a la caficultura desde hace casi 40 años “por puro amor” y conoce a fondo la problemática, plantea desde su punto de vista una solución más estatal.

“Deberían los gobiernos bajar los costos de producción por ejemplo en los fertilizantes que son carísimos al menos en Colombia. Al tener menos gastos en la producción podríamos tener más ganancias”, insistió Chamorro.

Para este mediano productor es poco probable que “la caridad” funcione en un negocio que genera millonarias ganancias como lo es el café, por eso él confía más en el mejoramiento de la calidad y el apoyo estatal al sector.