ANSIEDAD: NO HAY PRISA

NOSCE TE IPSUM por: Josman Espinosa Gómez

Mañana es un gran día: tienes una entrevista de trabajo para ese puesto que deseas tanto; una presentación ante los jefes en la que tienes que demostrar tu valía como empleado; un importante examen en la escuela; o simplemente estás esperando recibir alguna noticia importante. Sea la situación que sea, ésta te emociona y, a la vez, te aterra.

“Al mal paso, darle prisa”, dice la sabiduria popular. Te sientes tan inquieto que ya quisieras saber el resultado. Llevas días preparándote -o esperando-, y cuando te vas a la cama, repasas una y otra vez lo que sabes -y esperas- este asunto. Quizás de pronto la mente te cuenta también aquello que no quieres considerar todo lo que podría salir mal. No logras concebir el sueño. Piensas y miras el reloj constantemente. Das vueltas de un lado a otro. Finalmente, te pones de pie una hora antes de lo previsto porque no quieres correr el riesgo de quedarte dormido. Pero, “no por mucho madrugar amanece más temprano”, ¿cierto?

Quizás es que estás ansioso. La ansiedad es básicamente un mecanismo defensivo y universal, la experimentamos todos. Es un sistema de alerta ante situaciones consideradas amenazantes. Es normal, adaptativo, mejora el rendimiento e incluso nos ayuda a mejorar la capacidad de anticipación y respuesta. Su función es la de movilizar al organismo, mantenerlo alerta y dispuesto para intervenir frente a los riesgos y amenazas. En este entendido, la ansiedad es buena, funcional, normal y no representa ningún riesgo de salud.

Sin embargo, en algunos casos, este mecanismo funciona de forma alterada, produciendo problemas de salud y, en vez de ayudarnos, nos incapacita. Los factores que pueden ocasionar este tipo de alteración son diversos. Pueden ser de origen genético; ocasionados por el estrés y estilo de vida; e incluso por el aprendizaje generado a lo largo de nuestra vida en el que influye el contexto y las situaciones o acontecimientos que han tenido consecuencias graves, o significado obstáculos para conseguir logros o los que simplemente limitan nuestra capacidad para alcanzarlos o mantenerlos. Y, finalmente, el consumo de estimulantes u otras drogas.

La combinación de alguno de estos elementos durante un período de tiempo suele generar alteraciones que ocasionan desde nerviosismo, agitación o tensión hasta episodios de terror o pánico y llegan a empeorar u ocasionar otro tipo de transtornos como el insomnio, la depresión, los problemas digestivos (colitis o gastritis nerviosa), dolor de cabeza y dolor crónico, mala calidad de vida, aislamiento social, abuso de sustancias e incluso el suicidio.

Por ello, es necesario reflexionar sobre si lo que haces y eres en estos momentos te provoca una ansiedad que te moviliza o una que te enferma. En el primer caso, la ansiedad juega a tu favor. En el segundo, hará falta tomar medidas para contrarrestar el daño que te está ocasionando. Lo recomendable es que te mantengas activo. Haz cosas que disfrutes y te hagan sentir bien contigo mismo: cocina, haz deporte, sal a bailar, dedica tiempo a la jardinería. Convoca a un desayuno con amigos o a una tarde de películas. Socializa y disfruta de estar con los que te aprecian. Evita a toda costa el consumo de alcohol y drogas ya que éstos, lejos de aliviar el problema pueden agravarlo. Tampoco se recomoienda que te automediques. Y finalmente, no dudes en pedir ayuda. Recuerda que el mejor momento para cambiar las cosas es ahora mismo. Y no dudes en recurrir a un profesional para contener el problema antes de que se agrave.

Es tiempo de convertir a la ansiedad en tu aliada, ¿no te parece?